73. La mina de los cristales del sueño

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El interior de la casa de Lúa es ordenado y da una sensación de limpieza bastante grande. Tiene cuadros en las paredes, pero no son esos que muestran paisajes bonitos o personas, sino que son como manchas raras de color. A mí me gustan, no sé qué querría decir el que lo pintó, pero me parecen una combinación bonita de colores y formas.

Xoana sigue a Lúa hasta que llegan y entran en la habitación de esta. También es ordenada, sobre todo si la comparo con la de Xoana. Esta es un poco desastre, muchas veces ni se molesta en hacer la cama. También tiene ropa tirada en el suelo, como si ignorara para qué sirven los armarios y cosas así. En cambio la habitación de Lúa no es una leonera, sino que todo está mejor que bien. Además, tiene una ventana que da imágenes del bosque tranquilo y eso es un plus, creo que a mí me gustaría vivir aquí.

En una pared tiene una de esas librerías que no son muebles sino solo tablas saliendo de la pared. Son tres, van de arriba abajo, y tiene algunos libros y también algunos cómics, pero más que esos cómics y esos libros a mí me interesa una fotografía en la que aparecen Lúa y Anais junto a una mujer más mayor, debe ser su madre Laura, que tiene unas pintas un poco extrañas: su cuello bastante largo, que me recuerda al de un cisne. Además, es muy pálida y sus ojos bastante grandes. Oh, y no son la Lúa y Anais de ahora, sino las de cuando eran unas mocosas. Allí dentro de la fotografía deben tener, más o menos, diez años.

—Oh, ¿os conocéis de hace tanto? —pregunta Xoana, ella también sintió curiosidad por la foto y hasta la tiene en la mano.

—¿De qué hablas? —pregunta Lúa.

Ella puso el paquete que le trajeron sobre las sabanas azules de la cama y tiene una navaja en la mano. Parece un cazador a punto de despellejar a su víctima y robarle sus preciados órganos.

—De esto —contesta Xoana y menea la fotografía de un lado a otro, enseñándosela a Lúa.

—¡Oh, eso! La conozco desde siempre y somos las mejores amigas. Aunque tampoco es que hubiera mucho donde elegir... qué casi éramos las únicas niñas que vivíamos aquí —dice Lúa y comienza a utilizar la navaja para destripar el paquete ese.

—¿Qué hay en el paquete? —pregunta Xoana y se sienta en la cama.

—Ya lo verás, ya lo verás —dice Lúa, dejando la navaja a un lado y abriendo el paquete. En el interior hay la figura de un superhéroe con bastante músculo que viste con un traje azul con un sol en el pecho y unos calzoncillos dorados.

—Es Solman —dice Xoana.

Lúa agita la cabeza, parece estar bastante entusiasmada por un simple juguete.

—¡Claro que sí! A mí me encanta, es uno de mis favoritos desde que era una mocosa. Tengo bastantes cómics suyos y también sus películas, las antiguas son las mejores. Las nuevas un poco bodrio... —dice dándole vueltas a la figurita con los ojos brillantes de emoción.

—A mí no me gustan mucho ese tipo de películas, prefiero las románticas —dice Xoana.

—¿De verdad? —dice Lúa.

—Claro, es que en mi día a día ya vivo suficientes emociones. Cuando quiero desconectar me gusta ver cosas que normalmente no hago —contesta Xoana.

—Oh, eso es un poco triste... Pero mejor ir a lo importante, ¿no crees? ¿Qué es lo que buscabas con mi vieja? —le pregunta Lúa y, después de dejar la figurita en la librería, se sienta al lado de Xoana.

—Oh, eso... Creo que lo mejor es que lo veas por ti misma —dice Xoana y le enseña el ojo que tiene metido en el hombro.

La reacción de Lúa es pegar un brinco de cabra y hasta se cae al suelo, sin poder apartar la mirada de aquel ojo negro. Me parece un poco exagerado, pero también es cierto que eso es algo que no se ve todos los días.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora