143. Dudas

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 Alarico caminaba junto a Zeltia, recorrían uno de los muchos corredores de aquel bizarro hotel. Las paredes eran de un color amarillo, aspecto sucio y descuidado, con la imagen de pequeños soles repetidos que, desde la distancia, no era más que motas.

Los pasos sobre el parqué sonaban solitarios en aquel ambiente, uno que daba la sensación de pertenecer más al mundo de los sueños que a la realidad. No ayudaba demasiado a paliar la impresión el hecho de que los pasillos nacían sin orden ni concierto, parecía que Alarico y Zeltia se adentraban en las profundidades de un laberinto.

La intranquilidad me invadía al imaginarme que aquel espacio irrazonable no tenía salida y me angustiaba pensar en recorrer solitaria aquellos corredores, buscando en vano una puerta por la que escapar o una ventana con la que poder observar el cielo. La desesperación se haría cada vez más grande a medida que corría por aquel espacio imposible, sin querer darme cuenta de que estaba atrapada y aquello era la eternidad. Solo imaginar esa terrible posibilidad me dieron escalofríos.

Para alejar de mi mente aquellos absurdos pensamientos, centré mi atención en la otra Zeltia. La elegancia con la que vestía contrastaba con lo austero del escenario y, mientras yo era un manojo de nervios, mi yo del pasado lucía una gran sonrisa, reluciendo en sus ojos la sed por la aventura.

A pesar de lo caótico del escenario, Alarico se movía con absoluta seguridad. Probablemente, para él atravesar las entrañas de la Mansión sin Fin era pan de cada día y, por eso mismo, no compartía mi miedo a perderme en aquellos corredores interminables. Para mí, sería imposible acostumbrarme porque nunca me olvidaría de que casi muero entre estas miserables paredes, asesinada por aquella sombra que, sin vergüenza alguna, imitaba a mi propia madre.

—¿Y cuál es el plan exactamente? —preguntó Zeltia, miró a Alarico con aquellos grandes ojos azules, llenos de curiosidad.

—Intentaré razonar con Esus, ya sabrás que los demonios no suelen apostar por el equipo perdedor. Así que si le convenzo de que soy capaz de derrotar a mi madre, es posible es que me ayude.

Zeltia observó a Alarico y posó un dedo sobre los labios, adoptando un aire pensativo.

—Pero ya sabes como son los diablos, ¿no te parece que Esus podría llegar a ser problemático en el futuro?

—Claro que lo sé, pero mejor dejar eso para cuando yo sea el dueño del hotel. Mira, por el momento es suficiente con tener a mi madre como enemiga.

La gran boca de Zeltia se desenvolvió en una gran sonrisa, estaba claro que ella confiaba en el mouro. Yo también deseaba hacerlo, ya que dudaba de todos los que vivían en aquel hotel y sería fantástico contar con alguien en el cual apoyarme.

De todas maneras, no podía estar segura de que Alarico fuera el indicado porque todo lo que veía en aquellos momentos solo eran recuerdos suyos. Así pues, ¿no podían ser estos una mera invención creada para engañarme?

Deseaba de todo corazón poder confiar en Alarico y pensaba en que no debería de ser demasiado paranoica, ya que correría el riesgo de desconfiar de la persona equivocada y acabar cayendo en la telaraña del verdadero villano.

Al final, llegué a la conclusión de que, para convencerme de las buenas intenciones del mouro y confirmar la veracidad de aquellas memorias, tenía que encontrar alguna prueba irrefutable de que todo lo que estaba viendo, había sucedido de verdad.

—¡Entiendo! Confío en que harás lo correcto —dijo la otra Zeltia y le guiñó un ojo.

El ambiente cambió cuando un tono azulado devoró el amarillo de las paredes, manchas de color oscuro avanzaban con formas circulares que, en escasos pasos, acabaron conquistado toda la superficie vertical. Tal transformación me resultó bastante agradable, ya que le proporcionaba al ambiente un aire sereno que ayudó a mitigar la sensación de agobio.

Las 900 vidasKde žijí příběhy. Začni objevovat