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3 meses antes

Hoy es el gran día.

—Ya estamos llegando—anuncia mi padre, Antonio Dorian.

Apego mi cara a la ventana del auto.

La Escuela St. Milburn.

El edificio se asoma a la vista, el tono gris de la fachada hace lucir aún más el cielo nublado. Más allá, están las residencias donde viven los estudiantes durante su estadía.

Esto es el maldito Hogwarts, pienso.

Hace dos semanas recibí una carta de aceptación que cambió mi vida, bueno mi vida escolar.

La Escuela St. Milburn, es conocida porque solo ingresan alumnos de Élite o procedentes de líneas familiares muy exclusivas.

Obviamente hay becados, como yo ahora. Terminar los estudios secundarios ahí, te garantiza un pase directo a las más reconocidas universidades a Nivel Mundial.

Estoy orgullosa de decir que Marceline Dorian es oficialmente alumna de la Escuela St. Milburn.

—¿Nerviosa?

—No lo sé—respondo con sinceridad.

Mis padres se conocieron ahí.

Mi madre era becada, venía de un pueblo del norte de la ciudad. Al contrario, mi padre entró por sus contactos familiares. Y bueno el amor surgió.

Tal vez esto sea bueno, tal vez sea una manera del destino para sentirme más cerca a mi madre.

Al menos a su pasado.

—Aún podemos dar la vuelta y volver a casa—sugiere Sara Dorian, mi tía—. Podrías ir a tu antigua escuela, con los amigos que ya conoces,

—No la molestes, Sara.

Mi tía y mi padre intercambian una mirada que no sabría cómo interpretar.

Cosa de hermanos, pienso.

Cuando llegamos, mi padre apenas puede encontrar un lugar para estacionarse. Salgo del auto y contemplo, por un momento, el escenario que tengo a la vista. Muchos padres se despiden de sus hijos, unos lloran, otros intercambian abrazos.

Y, otros pues...discuten.

—¡Por favor, sal del auto Jameson!—grita una mujer, a mi la lado.

—Está bien— gruñe un muchacho emergiendo del auto; alto y de cabello oscuro, con los ojos azules al igual que los de la señora, debe ser su hijo.

Apoya los brazos en el techo del auto, le dedica una mirada nada agradable al señor al lado de su madre.

—¿Podrías ayudar a llevar tus maletas?—habla en un tono más fuerte un hombre de cabello rubio.

—Estoy aquí en contra de mi voluntad y, ¿esperas que lleve mis maletas?

—¡Es una orden!—grita el hombre y se lleva las manos a la cabeza desesperado, mientras el muchacho pone los ojos en blanco.

—No puedes darme órdenes, no trabajo para tí.

El tal Jameson se percata de mi mirada y, de inmediato, me siento avergonzada de escuchar conversaciones ajenas. Para mi sorpresa, cuando estoy a punto de voltear, el chico me guiña un ojo y me sonríe.

Hago una mueca poco agradable.

Ayudo a mi padre y a mi tía Sara a sacar mis maletas del auto. Los ojos de Sara se llenan de lágrimas.

«Oh, no, aquí vamos»

Por alguna razón, ella no está conforme con esta situación, lo atribuyo todo a su sobreprotección.

—Me emociona que empieces una nueva etapa en tu vida. Mírate ya te haces mayorcita—dice la tía Sara, acariciando mi mejilla —. Si quieres irte, aún estamos a tiempo de volver a casa. Nadie va a juzgarte.

Eso último lo dice en voz baja, para que solo yo pueda escucharla.

Entiendo que está preocupada por mí, no nos hemos separado desde...

Niego con la cabeza.

—Estaré bien, lo prometo.

Sus hombros se caen.

—Con todas esas vistas yo tampoco quisiera irme—Sara da un vistazo a los jóvenes alrededor—. Nunca es tarde para hacer la secundaria por segunda vez.

Enarco una ceja.

—¿Qué? Cualquiera diría que somos hermanas.

—Eres de las que no hay, tía Sara— niego con la cabeza, divertida.

Cuelgo la mochila al hombro y le doy un abrazo a la tía Sara. Mi padre camina a mi lado cargando mis maletas mientras nos dirigimos a la entrada del edificio. Sara no entra con nosotros, dice que mejor espera en el auto, que este lugar le causa escalofríos.

Suspiro, resignada.

Le doy un último vistazo a la tía Sara, antes de pasar por la entrada, pero la noto con una postura rígida, mirando hacia un lugar en concreto. Es como si el brillo de sus ojos se hubiesen apagado, reemplazado por...

Acaso estaba...¿asustada?

Sigo su mirada. Mi asombro es grande cuando la veo ahí. Detrás de la ventana del tercer piso, observándonos directamente.

La directora Mirtha Hosgowall.

Un escalofrío me atraviesa el cuerpo.

Alguien Tiene Que MentirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora