4.Palabras

66 21 11
                                    

Dylan

8 de febrero del 2020












Corrí las cortinas de mi sala y miré el clima. Estaba completamente nublado pero sin el mínimo ápice de la garúa. Oslo, mi perro, un pastor alemán, ladró como reclamando su paseo. Me agaché hasta acariciar su cabeza y el lamió mi mano. El sonido de la notificación de mi celular me hizo dejar de prestarle atención a Oslo y reincorporame hasta el mueble. Desbloqueé.

Anda, no seas malito.

Jadeé un poco estresado, esperaba que en algún momento Dalila entendiera que Arblet ni iba en serio ni quiere más noches con ella.
Tecleé una respuesta rápida antes de tirar el teléfono a su anterior ubicación y tomar la correa de mi perro.

Pude escuchar que mi madre gritaba algo pero no comprendí. Me encogí de hombros y seguí guiando a Oslo, el cual se paraba en cualquier lado para hacer del uno o — literalmente — oler la parte trasera de alguna de su misma raza.

—Dicen que los perros son iguales a su dueño, ¿eh? Pero no le digas a nadie.

Guíe mi perro hasta el parque donde lo dejé ser libre y que hiciera de las suyas, sabía que el no me abandonaría. Los animales no lo hacen por qué ellos no son como las personas, una vez había escuchado a mi prima Naomi hablar de un libro que había leído donde el padre de la protagonista decía, cito textualmente : que si las palabras valieran algo los perros dejarían de hablar y nosotros fuéramos mudos.

Y no podía estar más acertado, ellos no hablaban pero, ¿dónde cabían las palabras cuando estaban las acciones? Para nadie es un secreto que amo a los animales, ejem...y los cuerpos femeni...

—¿Es su perro? — la voz de una niña interrumpió mis pensamientos.

—Oslo, sí.

Ella hizo un puchero hacia el perro y lo acarició, ni había que decir que Oslo sacó su lengua y se dejó hacer y deshacer a su antojo.

—Oslo...,es muy bonito — aplaudió hacia el perro que comenzó a brincar de aquí para allá. De pronto sus mejillas se sonrojaron y me miró con algo de vergüenza  — oh, lo siento. No le pregunté si podía jug...

—No, digo, que no tengo problema con ello.

Los ojos de la niña se iluminaron y por un momento creí ver algo en ella conocido. Asintió llena de júbilo y comenzó a correr mientras Oslo le seguía los pasos y ladraba haciéndola reír.

Pude observarla a través de los árboles pararse frente a un banco donde había una mujer de algunos cuarenta años, supuse que era su madre. Introducí mi mano en el bolsillo de mi pantalón con el plan de ver la hora en mi teléfono, al encontrarlo desierto recordé que lo había dejado en el mueble.  Maldije por qué tenía que ver la hora y miré a todos lados, una mujer que pasaba con un coche para bebés fue mi víctima.

Je, eso sonó siniestro.

—Disculpe, ¿podría decirme la hora?

La mujer sacó su teléfono del portavasos del coche antes de hablar.

— Las tres menos quince — respondió.

Molestando a Lorena ✔️Where stories live. Discover now