19.Eutanasia

44 10 1
                                    

30 de agosto del 2020.

Dylan.

—¿Ya puedo hablar?

Cerré de golpe mi computadora, apretando los labios y girando en mi silla giratoria para observar a Naomi. Se mostraba muy inocente con una taza de té en las manos, desprendiendo tanta inocencia que por un segundo logró engañarme a mí mismo. Porque de inocencia no tenía ni la mirada.

—¿Qué quieres?

—Te pregunté si Lorena sabe lo que estás haciendo. —Resopló dejando la taza en el piso.

Lamí mis labios e hice un mohín con ellos. Tallé mi rostro sin saber qué responder, sopesando mis posibles respuestas.

—No, tampoco se lo dirás.

Naomi rodeó sus piernas con sus brazos sentada en mi cama.

—Pero estás estudiando inglés...

—Razón por la cual estaba usando la computadora —la ayudé.

—Oh... entonces lo harás.

Iba a responder a eso, pero Oslo hizo una entrada dramática a mi habitación, no obstante, no pude quitar mi mirada de él que no era él. Su cola no estaba urgida y entraba con la cabeza gacha. Naomi me había hablado de su comportamiento cuando se quedó en su casa, mas no había prestado atención a este hasta ahora.

—¿Dices que se niega a jugar?

—Eso —asintió una Naomi lejana, mirando a mi perro con intensidad.

—Ven aquí amigo —chasqueé mis dedos hacia él que caminó con una parsimonia agobiante hasta mí.

A pesar de su gran tamaño, decidí tomarlo en mis brazos y atrapar su cara entre mis manos.

—¿Te encuentras bien?

Su respuesta destiló algo dentro de mí poco a poco. Un gruñido afónico, lánguido fue su respuesta.

—Debemos llamar a su veterinario —repentinamente dejó caer Naomi, con un hilo alterado en su voz.

Dejé a Oslo sobre sus patas.

—¿Por qué diablos no me dijiste de su condición?

—¿Qué yo no qué? ¡Pero si te lo dije desde que lo traje! —chilló.

En un intento obligatorio, desquiciado de emular a Lorena, adentré mis dedos en mi pelo, pero no pasaron segundos para que lo apretara con fuerza. No me gustaba verlo mal, sin ánimos, hería, atañe algo de mí. Era como fustigar una parte de mi cerebro irracional hasta el punto de hacerla despertar sin sopesar las consecuencias de las acciones que cometía en mi momento de delirio.

Observé cómo lamía su pelaje, sereno, lo que me llevó a querer drenar lo que pasaba por mi mente.

—¿Qué más ha hecho?

—No lo sé...solo se resiste a jugar.

Tomé el teléfono, obviando la hora, y escribí un mensaje a su veterinario. Esperando una respuesta que mientras más tardaba, más inconsciente me volvía de mí.

Molestando a Lorena ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora