16. Nervios a flor de piel

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Guillermo.





Llegué a casa sin dejar de pensar en lo que había pasado a lo largo del día; sus palabras, lo duro que se me hacía cada vez que abría la boca, las palabras de su madre y, sobretodo, el beso que deposité en su mejilla.


Varias veces había sonado el teléfono, era Raúl, pero no me sentía con ganas de hablar con nadie, así que preferí ignorar las llamadas...




(...)



Habían pasado casi dos semanas. La situación no había cambiado en absoluto, pero me propuse sobrellevarla.


Acabábamos de abrir y empezamos a preparar y entregar el desayuno a los clientes. El ajetreo del trabajo me mantenía ocupado, y lo que era más importante, mantenía ocupada mi mente.





—Guillermo, lleva esto a la mesa número treinta y seis. —Pedró me entregó un plato, lo tomé y me giré, rápidamente, para llevarlo hasta donde me había dicho.





Una media sonrisa, fingida, permanecía dibujada en mis labios. Siempre nos habían dicho que debíamos sonreír para brindar un mejor ambiente para los clientes, aunque, claro está, que no siempre podíamos cumplirlo al cien por cien.

Llegué a mi destino, coloqué el plato sobre la mesa, al mismo tiempo que lo anunciaba.





—Aquí tiene su desayuno. Que aproveche —desvié la vista hacia la persona que se encontraba sentada en el asiento, para saber si se trataba de un hombre o una mujer—, señ... —Al ver como aquellos ojos me miraron, con una expresión que no podría describir, mis labios se sellaron de repente. Me di media vuelta, para seguir con mi trabajo, pero éste me detuvo— ¿Qué es lo que quieres de mí, Samuel? —pregunté sin volverlo a mirar.



—Tan sólo lee esto cuando salgas de aquí —Colocó un trozo de papel en mi mano, cerrándola para no dejarlo caer—. Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero lo agradecería. Si no quieres, no importa.



Lo miré de reojos, tomé el papel con fuerza y desaparecí de allí. Lo guardé en uno de los bolsillos de mis pantalones, en un momento que casi tropecé con uno de los clientes.





—¡Eh! Tenga cuidado.



—P-perdone. —El señor de pelo canoso, asintió con mala cara y volvió a sentarse en su asiento, desplegando un periódico y visualizando las noticias que contenían en él.

Wigetta: Número equivocadoWhere stories live. Discover now