Heterocromía

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Lo que Jack sentía en esos momentos no era sorpresa, impávido mirando en silencio los ojos del pequeño

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Lo que Jack sentía en esos momentos no era sorpresa, impávido mirando en silencio los ojos del pequeño. ¿Qué podría pretender él, teniendo un prejuicio del color de ojos de un niño? Si bien la perplejidad le había invadido, antes nunca se planteó expectativas que supusieran un asombro ahora.

Tampoco era curiosidad, porque no tenía sentido querer indagar en algo que claramente fue obra de la naturaleza. Tener una peculiaridad como la que estaba viendo no era un misterio que resolver, sino un detalle que agregó distintivo al instante que vivía.

Apreciación, cerca, pero no; no estaba cotejando una lista de aspectos y la sola insinuación de intentar emitir un juicio era completamente errónea. Nada tenía que opinar. No estaba evaluando, ni estaba sorprendido o curioso, observando un par de iris de colores disímiles.

Jack Conway, si bien conteniendo un sentimiento similar a ser pillado desprevenido, lo que mejor podía definir ese momento era un encuentro con lo inesperado. Atrapar de frente un escenario y encontrar de repente algo más allá de ti que no puedes describir, oculto entre los detalles. Era darte cuenta de algo, cuya explicación queda atorada en la punta de la lengua.

Los ojos bicolores parpadearon con un brillo intrigado, refulgentes. Tenían un reflejo vivo y sin malicia, desordenado, pero elegante y sutil. Un niño que explora ávidamente rasgos, que memoriza y relaciona, que ata cabos indiscretamente, tan expresivo con sólo el destello austero de la habitación. Esa mirada fue un viaje investigador, esculcando entre motas de polvo a contra luz.

Conway, viendo las distintas fases de esa mirada, descubrió la descripción más acertada de lo que él estaba haciendo: Hundirse en las sensaciones variopintas de un juicio estético. La impresión de observar algo único —adornado por la magia de un corazón añorante—, admirándose por la imagen de dos gemas que, diferentes, son igual de extraordinarias. Esas iris eran como el zafiro y la esmeralda.

El azul y el verde se compaginaban, buscando detalles, contrastando, trabajando en equipo. Las pupilas se movían estudiando vehemente lo que era Jack Conway, indagando en el posible sospechoso que tenían enfrente, sus intenciones, sus posibles reacciones. Jack supo de inmediato que nuevamente era juzgado, pero no fue lo mismo que con el niño que había despertado primero.

La imparcialidad, existiendo de la misma manera, no se contrastó con un temperamento inflexible. Había ligereza flotando en el aire, la suavidad de los rasgos que sutilmente nerviosos seguían enunciando falta de confianza, pero no enjuiciando el otorgarlo o no —como los ojos azules—, sino que cotejaban en qué medida permitirla.

El niño estaba estimando de cuánta confianza era digno, analizando sus expresiones o rebuscando en los ojos del hombre alguna advertencia. No dejaba pasar el recuerdo del duro despertar con una firmeza rigurosa, pero recordando el arrullo que el adulto le regaló, la duda se sembró en su criterio. Jack se dio cuenta con la vacilación del pequeño que cualquier cosa que hiciera ahora podría mover la balanza a su favor o en su contra.

El mar es infinito: El caso de los gemelos no identificados || GTAroleplayHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin