Casa

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Después de tantos días encerrado en el hospital sin sentir directamente los rayos del sol, Jack había olvidado un poco lo que era estar en las calles de la ciudad: Oliendo el humo de los coches, escuchando el tráfico vespertino y saboreando involu...

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Después de tantos días encerrado en el hospital sin sentir directamente los rayos del sol, Jack había olvidado un poco lo que era estar en las calles de la ciudad: Oliendo el humo de los coches, escuchando el tráfico vespertino y saboreando involuntariamente la peste a grasa de los puestos de comida sobre las veredas. El regreso a la ciudad se apreciaba extraño sobre sus hombros, mirando absorto la avenida que circulaban.

Serenamente iluminado por la luz de la tarde en la ciudad, Jack reflexionó que estaría perfectamente prescindiendo del episodio en el que se enfrentaba al aroma natural de Los Santos, si no hubieran elegido detenerse a comprar la cena en un restaurante que Greco mencionó por radio interna. El ruido semi-estático, dentro de una frecuencia que conectaba los tres vehículos que viajaban juntos —seguramente preparada por Volkov—, resonó en la cabina y ocasionó un corto debate entre los conductores.

Jack, no muy metido en la discusión, se había negado escuetamente en realizar la parada, pero en su contra permaneció el voto popular. Tenía la certeza de que se trataba de una confabulación de los tres comisarios que, aparentemente, no confiaban en que hubiera algo comestible en su casa, lo cual era probablemente cierto después de un mes fuera.

Una vez se detuvieron todos en un servicio de comida turca, David le dejó quedarse allí esperando con los niños mientras él entraba a comprar con los demás. Hubo una breve plática entre ambos para elegir rápidamente qué pedir y el castaño desapareció dentro del establecimiento, dejándole tranquilamente atrás. Jack, luego de perder de vista a los tres, apreció brevemente los alrededores y cuando confirmó que no había peligro visible, se reclinó sobre su asiento con mayor calma.

Sentado en la parte trasera de la cabina, Jack se dispuso a disfrutar de la plácida seguridad de la camioneta blindada en la que se encontraban los pequeños y él. Miró la gruesa carrocería, cada vez más convencido de que el comisario Gordon era un maniático, pues acondicionó su vehículo de tal manera priorizando este viaje fuera del hospital. Y no estaba inventando nada, David lo había reconocido poco después de que subieran, argumentando que de por sí lo iba a hacer y prefirió adelantarlo por el bien de los niños.

No es que estuviera cuestionándolo. Jack mismo hubiese tomado un blindado táctico de comisaria de haber podido, así que esta precaución significó mucho para él y sus problemas mentales sobre ataques sorpresa y toda la paranoia. Había un alivio reconfortante en viajar en la pick-up de David, asegurado en una gruesa capa de metal antibalas.

Jack escuchó un pequeño sorbido de nariz, haciéndole prestar atención a los gemelos que, durante el viaje hasta ahora, se habían mantenido quietos y en silencio. Se encontraban sentados mansamente a su lado, con su cinturón puesto y sus ojos observando atentamente la calle. Cuando se repitió el pequeño sorbido húmedo, Jack se dio cuenta de que quien estaba limpiándose con el dorso de la mano era Antonio.

Gustabo, atento como siempre de su hermano, estaba en la puerta contraria solicitando asistencia con los ojos. Antonio, en medio de ambos, agachó un poco la mirada frotándose la nariz enrojecida con algo de insistencia. Jack analizó la situación y rápidamente registró que el vehículo seguía encendido, manteniendo el aire acondicionando funcionando dentro de la cabina; tras detallar, se percató de que la caída de la ventilación aterrizaba precisamente en donde estaba el pequeño Toni. El frío de seguro estaba haciendo estragos.

El mar es infinito: El caso de los gemelos no identificados || GTAroleplayWhere stories live. Discover now