Capítulo II

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No llevaba ni una hora en la casa y aun no podía creer lo que estaba pasando.

No podía creer lo que la señorita Emily me había dicho. No podía creer que era "libre" de alguna forma.

—Esta casa pertenecía a mis padres —dijo mientras me daba un recorrido por el lugar —. A diferencia de muchos otros, ellos creían que bestias y humanos debíamos ser tratados de igual manera. Ambos me enseñaron que no por estar en donde estoy  significa que me creeré mejor que los demás.

Ambos nos detuvimos frente a una enorme pintura en donde habían dos adultos, una niña, también un anciano y dos bestias.

Dos leves sonrisas para la ocasión, una de infantil e inocente felicidad, una línea recta que mostraba desagrado e indignación en sus ojos, y dos pares de ojos felinos que reflejaban incomodidad de estar en donde estaban.

Quien hizo ese cuadro había sabido captar buen las emociones de cada uno.

—Mi abuelo no creía lo que mis padres. Las bestias que estan a su lado siempre estaban bajo su pie hasta el día de su muerte. Luego de eso, mi padres les ofreció libertad y decidieron marcharse —su sonrisa se tornó triste —. Cuando mis padres murieron, creí que me quedaría sola en el mundo. En esta enorme casa vacía sin saber qué hacer con mi vida y con todo lo que me dejaron —rio por lo bajo —. Desde ese momento, ellos son mi familia. Y creo que en ese momento supe que si ellos no me habían abandonado cuando mis padres murieron, yo tampoco lo iba a hacer con ellos. Así que me he dedicado a usar la fortuna de mi familia para evitar que otras bestias terminen con amos crueles que no los merecen.

El recorrido terminó con nosotros en la puerta de una habitación. Habían muchas a lo largo del pasillo del segundo piso.

—Bueno, dejaré que te acomodes. Esta será tu habitación a partir de ahora.

—¿Es...?

—Solamente tuya, Rex —me entregó una argolla con tres llaves.

—¿De qué son? —ella sonrió.

—Esta es de tu habitación. Esta es de la casa. Y esta es de la entrada.

—¿Puedo...?

—Puedes ir y venir cuando tú quieras —no dejaba de pensar que podía ser una trampa o algo. Como que comenzara siendo dulce y cálido y luego se volviera amargo y frío —. Tómate tu tiempo para asimilarlo, nos vemos en la tarde.

Cuando me quedé solo, me armé de valor para abrir la puerta y ver qué sería mi nueva habitación. Debo decir que sí me sorprendió el ver que era bastante decente, ya que lo que tenía antes era algo así como una bodega en la que se filtraba el frío, la humedad y las ratas.

Mi antigua habitación ni siquiera estaba dentro de la casa.

"No eres más que una mascota", su voz invadió mi mente.

"Deberías sentirte agradecido de tener una cama mejor que la del perro", siempre era cruel.

"¡Haces todo mal!", siempre despreciaba todo lo que hacía. No importaba cuánto me esforzara.

"¡Deja de llorar!", siempre me regañaba por todo.

—Ya basta... deja de llorar, él ya no está aquí. Él ya no está aquí. Él ya no está aquí... —sujeté mis muñecas esperando tocar el metal de los grilletes fríos y sucios que me habían acompañado desde que tenía doce años —. Ya no están...

Me permití recostarme en lo que iba a ser mi nueva cama. Era una cama de verdad, y no un costal relleno de heno y lana de oveja, dura y facil de que se humedeciera y pudriera.

La Casa De Las Bestias Where stories live. Discover now