Capítulo VIII

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Durante la tarde, Thomas y yo nos la pasamos haciéndole compañía a Mizzy. Estuvo llorando por horas por lo ocurrido y ya no sabíamos qué hacer para animarla. La señorita Emily estaba en su despacho con Moly, y todos los demás siguieron con sus actividades diarias.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Thomas.

—¿Quieres comer algo? No has comido nada.

—Estoy bien. Les agradezco la compañía. Pero, ¿podrían dejarme sola?

No tuvimos más opción que hacer lo que nos pidió. Lo último que queríamos era hostigarla con nuestra compañía. La entendíamos completamente.

—Bueno, supongo que iré a meditar un rato. ¿No vienes?

—Creo que iré a limpiar mi habitación. Se ha estado juntando un poco el polvo y tierra por estar todo el tiempo en el invernadero.

—Ya veo. Bueno, nos vemos en la cena entonces.

—Nos vemos.

Realmente no había limpiado mi habitación en mucho tiempo. Estaba seguro de que si Danna estuviera, me habría regañado como cuando era un cachorro.

Me limité a quitar el polvo y la tierra de todas las superficies, sacudí las sábanas y reacomodé algunos muebles por mero gusto.

Había olvidado que tenía varias cosas.

—Había olvidado esto —miré la caja de madera que estaba bajo la cama.

¿Por qué eso era mío?

Desde que la señorita Emily me la había entregado, en ningún momento me animé a abrirla. Supongo que tenía miedo de ver en su interior, sobre todo porque me daba miedo pensar en qué había puesto mi antiguo amo ahí dentro.

Le quité el polvo de encima y la mire un largo rato hasta que alguien llamó a mi puerta. Entonces la dejé sobre la cama y abrí.

—¡Moly! —me avergoncé de inmediato —. Digo, ¿qué...?

—¿Podemos hablar un momento? —su pregunta me confundió un poco.

—Claro, pasa.

Moly entró y dio un vistazo rápido a la habitacion. Por un momento me sentí aliviado de haber limpiado, hasta que sus ojos se pasaron en la caja sobre la cama.

—Yo...

—Eres Tex, ¿verdad? ¿Tex? ¿Lex?

—Rex...

—Perdona la confusión, no quise...

—Descuisa, está bien.

—Solo quiero hacerte unas preguntas. Espero que no te moleste.

—¿Preguntarme sobre qué?

—Em me habló de tu caso, ¿Cómo te has sentido al estar aquí?

—Bien. Me he sentido realmente bien estando aquí. Todos son muy amables y...

—Te sientes a salvo, ¿no?

—Así es.

—Rex, ¿sabes de qué criadero vienes? —su pregunta me descolocó —. Sí sabes que siendo lobos, la única razón por la que nacimos es porque nuestros padres fueron obligados a concebirnos, ¿no?

—Yo... el amo nunca me dijo de dónde provenía.

—¿Qué hay de tu identificativo?

—¿Identificativo?

Me extrañó su mirada confundida. No entendía nada de lo que me decía

—Mira —buscó en su alforja y sacó una especie de arete con números y letras —. Esto es un identificativo. Lo tenía en mi oreja izquierda, ¿ves? —me enseñó un corte ya cicatrizado en su oreja —. Me lo arranqué el día que Em me abrió las puertas de esta casa. Ese día juré que no volvería a pertenecerle a nadie, y que no volvería a dejar que alguien me tratara como basura.

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