Capítulo II

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—¿Estás seguro de que quieres ir solo?

Carl preguntó con inquietud, después de ver el rostro amedrentado de Ben, quien asintió en automático.

—Supongo que sí —murmuró en respuesta.

—Puedo acompañarte hasta la oficina del director, si te hace sentir mejor.

—No tengo cinco años, papá —Ben arqueó una ceja, fingiendo mortificación.

Ben sabía que su padre solo intentaba ayudarlo. A pesar de ello, no pudo evitar apartar sus ojos de los chicos y chicas que caminaban en grupo o en solitario, rumbo a la serie de pequeños edificios que conformaban la preparatoria de Santa Rosa. Desde animadoras con sus inconfundibles uniformes, hasta deportistas con las emblemáticas chaquetas que tanto los caracterizaban.

A decir verdad, viéndolo desde aquel ángulo, el panorama lucía nuevo y amenazante en partes iguales.

Solo había pasado un día desde que llegaron a la pequeña ciudad, todavía no conocían a nadie ni estaban familiarizados con las calles o el entorno. Bárbara sugirió que podía esperar para presentarse a clases, pero Ben se negó, porque sería aplazar lo inevitable. La noche anterior, por supuesto, no pudo dormir. Y durante el desayuno apenas probó bocado, pues le pareció que tenía una lavadora industrial en el estómago.

Pero ahí estaba: con los nervios de punta, obligándose a convencerse de que no podía ser tan malo.

—Era una idea —dijo, tras elevar ambas manos en señal de rendición—. Es normal sentirse asustado en tu primer día —Obtuvo un resoplido sarcástico en respuesta.

—Claro.

—¿Trajiste tu teléfono? —Ben se lo mostró —. De acuerdo, si necesitas algo puedes llamarme. O a tu mamá.

—¿No estarás ocupado con el trabajo?

—Sabré arreglármelas —Le guiñó un ojo en gesto cómplice—. Tranquilo, campeón: todo saldrá bien.

Ben asintió, tomó su mochila y procedió a salir del auto siguiendo el mismo ejemplo de los otros chicos a su alrededor. Mientras caminaba, Ben repasó en su mente lo que debería hacer: ser nuevo en una escuela siempre llamaba la atención y no planeaba cometer algún error que lo pusiera en evidencia.

Primero acudiría a la oficina del director, quien le explicaría las reglas comunitarias que necesitaría respetar durante su estancia hasta la graduación. Después le hablaría sobre las clases, los horarios y los clubs a los cuales podría unirse si lo deseaba. Luego, tal vez, le pediría a alguien darle un paseo por los alrededores durante el descanso.

Simple protocolo que lo haría sentir incómodo.

En lo que a Ben respectaba, preferiría mil veces saltarse ese proceso e irse directo a clases. Solo esperaba que sus profesores se abstuvieran de presentarlo a los demás y le ahorraran la vergüenza. En realidad, no tenía ningún problema para relacionarse con otras personas, a pesar de ello, se sentía fuera de lugar cuando la atención caía sobre él.

Así pues, asegurándose de mantener perfil bajo, Ben siguió las indicaciones que se le dieron vía telefónica con varios días de anticipación. Cinco minutos más tarde, localizó la oficina del director, cuyo transitado pasillo le obligó a darse prisa. Nada más entró, la secretaria –una mujer mayor, cuyo cabello salpicado en canas lo llevaba recogido en un moño sobre su nuca-, le miró curiosa, esperando que se acercara.

Mi voz en tu silencio PGP2024Where stories live. Discover now