Capítulo IX

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Ben llegó a casa en un evidente estado de nerviosismo.

Bárbara, quien lo esperaba ansiosa en la sala, en cuanto lo vio entrar quiso saber de inmediato qué había sucedido para que llegara a esa hora y tan alterado. A pesar de las preguntas, Ben le explicó que después de la escuela cedió ante la idea irse solo a visitar la ciudad, pero se equivocó de autobús y se perdió.

Por fortuna alguien le ofreció ayuda, y gracias a eso, fue capaz de encontrar el camino de regreso a casa.

Bárbara, molesta, le advirtió acerca de decir mentiras y que no toleraría que algo similar volviera a pasar. Por ende, se comprometió a llevarlo a cualquier lugar que necesitara, sin excepción. Desde el principio Ben supo que mentirle a su madre tendría repercusiones, aun así, no le gustaba la idea de depender de ella con ese tipo de cosas. Sobre todo porque debía seguir manteniéndose en contacto con Jacob, le gustara o no.

Sin embargo, aún afectado por lo ocurrido, Ben no se sintió con ánimos de discutir.

Pese a que llevaba varias horas sin probar bocado, apenas tocó la cena que su madre le sirvió poco después. Mientras jugueteaba con los espaguetis en el plato, volvió a preguntarse con inquietud si Jacob estaría bien. ¿Habría conseguido escaparse de los maleantes que los perseguían? ¿Y si se encontraba herido en algún lugar, incapaz de pedir ayuda? La idea, en sí misma, era aterradora, por lo que un escalofrío recorrió su espalda solo de imaginarlo.

Y, por extraño que pudiera parecer, Ben se sintió impotente al no ser capaz de hacer nada. Llamar a la policía no era opción, ni siquiera conocía el nombre ni la calle del vecindario donde Jacob vivía. Así que no le quedaba más que esperar, e intentar encontrarlo al día siguiente en la escuela. Eso sin que nadie se diera cuenta.

Cerrando los ojos por un instante, trató de apartar esas preocupaciones de su mente. Sin éxito alguno. Y, la verdad, no terminaba de entender porque aún tenía muy presente la conducta de Jacob, la cual lo dejó perplejo. Si realmente fuera tan despreciable como lo pintaban, no se hubiese molestado en asegurarse que subiera al autobús sano y salvo. Y eso, por supuesto, lo hizo cuestionarse muchas cosas.

¿Debería darle el beneficio de la duda a Jacob? ¿O quizá sería lo más sensato seguir prestándole atención a los rumores que giraban torno a él? Rindiéndose, Ben dejó los cubiertos sobre el plato, incapaz de comer nada más.

—¿Puedo retirarme?

—¿Te sientes mal, cariño? Apenas y tocaste tu cena.

—No, solo estoy cansado —Se excusó—. Ha sido un día largo.

—De acuerdo: ve a dormir entonces. Yo me encargo de limpiar.

—Gracias, mamá.

Ben se levantó con pesadez, y arrastró los pies escaleras arriba rumbo a su habitación como si estuvieran cargados de plomo. Una vez dentro, se dejó caer en la silla frente a su escritorio.

Le parecía que había corrido una maratón sin parar. La presencia reconfortante de la biblia reposaba sobre el escritorio, y con manos temblorosas, Ben la abrió al azar, por lo que sus ojos siguieron las líneas de los párrafos del salmo veintisiete, con la esperanza de encontrar en ellos un poco de calma.

Desde que era niño, sus padres le enseñaron a encontrar aliento y consuelo en Dios. Si estaba preocupado por algo, el simple acto de leer la biblia le recordaba que no estaba solo: que existía un ser superior cuidando de él, listo para ofrecer ayuda en casos de necesidad.

Mi voz en tu silencio PGP2024Where stories live. Discover now