Capítulo 2: LOS SIETE

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Condujeron un rato en silencio, abrumados por el sabor de la libertad. Siempre habían dado por hecho que aquel momento les sabría mucho más dulce, que sería más agradable, pero ahora todo lo que sentían era una insaciable fatiga que les hundía el pecho en el sitio. Y ninguno dijo nada.

—No me puedo creer que lo hayamos conseguido.

Soltó Ethan de repente, en un vago intento por apaliar los nervios.

—Porque lo estamos haciendo —comprendió.

—Si te soy sincero —Leo se dejó caer sobre el asiento, tratando de relajar los músculos—, no las tenía todas conmigo. Tenía la ligera esperanza de que algo saliera mal y todo el plan se fuera al traste.

Ethan le miró de reojo, sin apartar los sentidos de la carretera.

—¿No querías venir? —acusó, algo molesto.

—No —negó contundente—, no es eso. Es solo que... no me siento como esperaba. Llevamos años hablando de este viaje, preparándolo una y otra vez y, sin embargo, ahora que ha llegado, tengo más miedo que ganas.

—Te entiendo —comprendió—. Es raro, ¿verdad?

—Supongo que son los nervios —sonrió, tratando de recuperar la ilusión que les había llevado hasta allí—. En cuanto estemos todos juntos, desaparecerán. Estoy seguro.

Se quedaron callados una vez más, interiorizando aquella mentira. Por suerte, la primera parada estaba un par de calles más abajo y, para cuando quisieron darse cuenta, habían estacionado junto a los primeros pasajeros.

—Un momento —dijo Leo—. ¿Ian se viene con nosotros?

—Eso parece —respondió, sonriente—. Yo me enteré anoche, la verdad. Me llamó Bris mientras estabas en la ducha; al parecer, sus padres la han obligado. No está nada contenta con la situación, pero sabía que a ti te haría ilusión.

Una sonrisa se materializó de golpe en el rostro de Leo, haciéndole saltar de la furgoneta.

—¿No será esta mi persona favorita? —gritó de pronto.

Ian y Leo se lanzaron a hacer su saludo personal mientras que Bris, apesadumbrada, se acercó a la ventanilla de Ethan con los ojos en blanco.

—Siento mucho traer al plasta de mi hermano —lo dijo lo suficientemente bajo como para que el damnificado no la escuchara.

—No tienes que sentirlo —respondió sonriente—. Sabes que nos encanta pasar tiempo con Ian.

La joven soltó una risotada cargada de sarcasmo.

—Es cierto, a veces se me olvida que sois como dos niños grandes —se encogió de hombros—. Espero que disfrutéis mucho de él porque yo le prometí tiempo de calidad a mi novia y se lo pienso dar.

—No tienes de qué preocuparte.

Ethan levantó la mano, simulando un juramento.

—Seré su sombra.

—Te tomo la palabra —respondió, jocosa—. ¿Lo meto todo en el maletero?

—Lo puedes intentar, pero no prometo nada.

La puerta se abrió de golpe y un jovenzuelo de apenas trece años se abalanzó sobre el asiento trasero, quedando sentado en el medio.

—¡Hola Ethan! —gritó, cargado de energía.

—¿Qué pasa, Ian? Me alegro de que hayas venido —le susurró.

Una sonrisa se le escapó, feliz de que alguien más se alegrara de su presencia.

¿A dónde vamos?Where stories live. Discover now