Capítulo 8: EL ACERTIJO

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El tiempo se relativizó, navegando entre troncos, ramas, hojas y maleza que acariciaba la chapa del coche dejando algún que otro rasguño a modo de recuerdo. Llevaban un buen rato zigzagueando a través de la zona marcada del mapa en busca de migajas que llamaran su atención, tanto era así, que los escasos rayos de sol que conseguían cruzar la espesura de las copas de los árboles, eran cada vez más anaranjados; y, a estas alturas, ya se empezaba a desvanecer la esperanza, provocando que los pasajeros del navío, cabizbajos, se arrepintieran entre suspiros de haberse embarcado en aquella triste aventura.

—Qué pérdida de tiempo —se quejó Ethan en voz baja, tratando de mantener el secreto en los asientos delanteros.

—No digas eso —le riñó Noah—. No está todo perdido.

—Si tú lo dices... —le quiso dar la razón.

Más Ethan no fue el único que quiso darle la razón, pues fue justo en ese momento cuando un centelleo llamó la atención de Noah que, con la vista cansada, decidió acercarse un poco más para comprobar de qué se trataba. Los frenos chirriaron al detener la furgoneta frente a una verja oxidada que parecía llevar siglos abandonada y que, para más inri, estaba adornada con una majestuosa 'P' en su epicentro.

—Es más —añadió Noah, orgulloso—. Hay un algo que me dice que hemos llegado —los ojos de Ethan le escudriñaron brillando de un precioso verde esperanza—. Mira —señaló hacia el exterior.

Sin pensarlo dos veces, abrió la puerta y pegó un salto del coche, acercándose hasta la respuesta a sus plegarias; Noah hizo lo propio, seguido de Leo, Ian, Agnes y Bris. Naomi aún seguía perdida en el reino de Morfeo, así que nadie hizo siquiera el amago de molestarla.

—Era real —dijo Briseida para sí misma, pero demasiado fuerte.

—¿Lo dudabas? —se regodeó su hermano.

—Lo dudaba hasta yo, Ian —reconoció Leo.

—Traidor —espetó metiéndole un codazo entre las costillas.

—¡Au! —se quejó—. ¡Eso ha dolido!

Ajeno a la trifulca de sus amigos, Ethan se acercó hasta la verja seguido de Noah, que se había convertido en su sombra, y le dio un par de empujones para intentar abrirla, pero nada. Apartó la maleza con las manos en busca de un candado que romper, pero, en su lugar, encontró algo mucho mejor: donde debía estar la cerradura, se hendía una forma circular de lo más característica que reconoció casi al instante.

—Leo —apeló a su amigo que, todavía inmerso en su discusión con Ian, se recompuso asustado en el sitio—, ¿me dejas la brújula?

—Eh, sí, claro —se rebuscó en los bolsillos y se la tendió.

Cogió el aparato con sumo cuidado y lo introdujo en la abertura, comprobando que encajaba a la perfección. Pero nada, la puerta no se abría. Decidió entonces girarlo a la derecha, pero no giraba, también a la izquierda, pero nada; se quedaba fijo en el sitio.

—Nos estamos perdiendo algo —dijo para sí mismo.

—¿Qué decía la carta exactamente?

La voz de Noah le sorprendió a escasos centímetros de su oído y tuvo que contenerse para no gritar. En lugar de eso se paró a recordar la última frase de la carta.

—Tienes el mapa y el tiempo a tu favor —recitó para sí—, ahora, si te atreves, búscanos —se quedó dándole vueltas un momento—. El tiempo a tu favor... —repitió.

—Si el tiempo avanza, va en tu contra porque se acaba —apuntó Noah—. Supongo que tener el tiempo a tu favor debe ser...

—Recuperarlo —comprendió, sonriente.

¿A dónde vamos?Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz