Capítulo 3: LA COSTA

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El tiempo fluyó como si no pesase, como el cauce de un río que, fresco y ameno, se desliza por la superficie casi sin esfuerzo hasta desembocar en el vasto mar. Tenía sentido. Ellos estaban a punto de correr la misma suerte. Los carteles ya empezaban a contarles que su destino estaba a la vuelta de la esquina, pero eso solo lo sabían en el asiento delantero, pues la mayor parte de la furgoneta estaba visitando los reinos de Morfeo, mientras que Ian y Leo jugaban a las cartas en la mesita de la parte trasera, tratando de hacer el menor ruido posible tras un par de chistidos de Bris. Noah, por su parte, luchaba contra las fuerzas oníricas en una batalla campal por mantener los ojos abiertos.

—¿Por qué te resistes? —le preguntó Ethan de pronto.

El acusado se removió en el asiento en un remolón intento por disimular.

—¿Qué? —fue todo lo que dijo.

Ethan negó, divertido.

—No luches contra lo inevitable —insistió—. Simplemente, déjate llevar.

—Oh —comprendió—. Es que no me gusta dormir cuando voy de copiloto. He estado en tu posición y no es agradable ver cómo todo el mundo descansa mientras que tú los llevas como si tu único cometido fuese ese. Me parece... poco empático —se encogió de hombros—. Además —añadió rápidamente, para no dejar tiempo a réplica—, no quiero que te entre sueño por mi culpa y nos mates a todos.

La última frase retumbó en un grotesco eco que se repitió en su cabeza un millar de veces en tan solo un instante y el recuerdo de aquel fatídico accidente le cruzó la sien de lado a lado, acuchillándole los sentidos hasta provocar que la vista se le nublase por un momento. Sin embargo, no dijo nada. Sabía que aquel comentario tan desafortunado no había sido más que eso; así que disimuló, se tragó sus emociones como bien pudo e interpretó su mejor papel.

—¿Cómo te atreves? —se indignó falsamente—. Soy un conductor excepcional.

—¿Excepcional? —repitió, jocoso—. No sabía que estaba hablando con un diccionario.

"Otra broma —pensó Ethan, sorprendido—. Esto es nuevo."

—¿Se supone que tengo que sentirme ofendido? —dijo en voz alta—. Quiero decir, no me avergüenzo de tener cerebro —una sonrisa torcida se le escapó—, o de usarlo.

—Juegas con ventaja —se quejó Noah.

Se giraron a la par y sus miradas se encontraron en un fugaz destello, después los ojos de Ethan volvieron a buscar la carretera; pero solo los de Ethan.

—Eso es cierto —reconoció con un gesto de cabeza—. Precisamente por eso creo que deberías echar una cabezada, para ver qué pasa cuando se vuelva a equilibrar la balanza.

—¿Me estás retando?

—No, es más bien una amenaza —bromeó.

—Entiendo...

El iris de Noah se alejó de su sien una vez más, provocando que Ethan sintiera un extraño vacío. Por un momento llegó a pensar que se había alzado con la victoria de aquella triste y corta batalla; sin embargo, la cabezonería ganó a la mismísima razón y, a pesar de que había insistido en varias ocasiones más, el muchacho permaneció despierto, entre cabezadas, hasta que se atisbaron los primeros reflejos del mar.

El olor a sal se empezó a colar entonces por las rendijas de los cristales, advirtiendo de que su destino estaba cada vez más cerca y despertando, uno a uno, a todos los caídos en combate. La última fue Naomi, que todavía trataba de recuperar las horas perdidas de la noche anterior.

—Echaba de menos ese olor —su voz sonaba somnolienta mientras que sus ojos aún seguían pegados—. Intuyo que estamos llegando.

Una risita generalizada se escapó al resto de pasajeros.

¿A dónde vamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora