Capítulo 7: ENTRE TÚ Y YO

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Siguieron conduciendo por inercia. Noah había tenido que tomar el relevo algunos kilómetros más adelante cuando, tras encontrarse con un coche abandonado con las luces de emergencia y una familia que no había corrido su misma suerte, Naomi estalló en un repentino ataque de pánico. En este cambio, Agnes se había vuelto a la parte trasera con Bris, y sollozaba entre sus brazos mientras ésta la arrullaba; Naomi estaba en la litera restante, profundamente dormida por un tranquilizante que le había dado Agnes, parte de su medicación para la ansiedad que, para sorpresa de nadie, era su fiel compañera de vida; Ian y Leo se estaban encargando de la parte menos agradecida: recoger los cristales rotos y tapar las ventanas con pedazos de cartón y cinta aislante, no era la manera más óptima de solventar los daños, pero tampoco es que tuvieran ninguna alternativa; Ethan, sin embargo, estaba sentado en el asiento del copiloto tras la insistencia de Noah en que así fuera.

Estaban en mitad del bosque, atravesando una carretera roída por el paso del tiempo que, escondida bajo el frescor de las ramas de los árboles, les obligaba a avanzar a saltitos, cuando Noah quebrantó su silencio.

—Entre tú y yo —acusó a Ethan susurrando—. ¿Qué ha sido eso?

Él no respondió, manteniendo el iris perdido en el salpicadero.

—¿Por qué lo sabías? —insistió.

Le buscó por el rabillo del ojo, pero nada, solo silencio.

—¿Cómo coño podías saber que no teníamos que parar?

Esta vez lo dijo para sí mismo, en un intento por comprender.

—Naomi está mal, Ethan —volvió a la carga—. No es justo...

Y entonces, como dinamita defectuosa, Ethan explotó.

—¡Le vi en un sueño! —gruñó con los ojos teñidos de ira—. ¿Es eso lo que querías escuchar? Porque sí, le vi en un jodido sueño esta misma noche y, un rato después, nos estaba persiguiendo y haciendo levitar mi puta furgoneta —el tono iba en aumento—. ¿Qué cojones quieres que te diga, Noah? Porque no sé qué más decir.

Noah dejó descansar el ambiente unos segundos antes de seguir.

—Entonces me estás diciendo que ya tenemos la brújula mágica, al psicópata de tus sueños y la bomba atómica de purpurina —soltó una risotada—. ¿Qué somos, el título de una novela de C. S. Lewis?

Hizo el amago de reírse, pero el bufido de Ethan le paró a tiempo.

—Déjalo —escupió—. Si total, para ti siempre voy a ser una puta broma. No sé qué me hizo pensar que eso estaba cambiando.

Unos ojos color cristal se posaron sobre su sien, tratando de dar forma a la sentencia que acababa de recibir. El verdugo, no obstante, se mantuvo impasible por primera vez en toda su vida.

—Está bien —le susurró otra vez—, perdona. Es que nada de esto tiene sentido para mí. Al parecer, yo era el único idiota que no sabía nada de... —se le atragantaban las palabras—, lo de Agnes. Y ahora esto —negaba para sí mismo, incapaz de expresar el aluvión de pensamientos que le aturullaban la cabeza—. Lo que no entiendo es por qué seguimos con esta tontería del mapa con la que tenemos encima.

Los ojos de Ethan le buscaron fuera de sus órbitas.

—¿Prefieres volver? —le recriminó—. Si te parece podemos darnos la vuelta ahora mismo y recogemos a nuestro colega de la katana —se precipitó sobre el volante, perdiendo los estribos—. Venga, sí, hagamos eso —y pegó un volantazo que zarandeó a todos los pasajeros, arrancando más de una queja.

Noah recuperó el control rápido y, por suerte, quedó en un susto.

—¡Ha sido un conejo! —mintió para justificar el latigazo—. Lo siento, ¿vale? —dijo volviendo a la conversación—. Tienes razón.

—Además —continuó Ethan, ajeno al peligro de lo que acababa de hacer—, algo me dice que todo está relacionado entre sí. El mapa, el chico de negro, mi sueño, Agnes... No sé por qué, pero tengo la sensación de que, si encontramos el sitio, si encontramos a los dueños de esa carta, ellos podrán ayudarnos más a nosotros que nosotros a ellos.

—En ese caso, no hay más que hablar —zanjó Noah.

—Gracias —respondió satisfecho, y se dejó caer sobre el asiento.

—Pero... —arrancó de nuevo Noah, contra todo pronóstico—, respecto a lo que has dicho antes, lo de que eres una broma para mí —buscó a Ethan con la mirada y sus ojos se encontraron a mitad de camino—. No quiero que pienses eso. Sé que estos años me he portado como un auténtico gilipollas —tragó saliva de forma sonora, devolviendo la mirada a la carretera—, y lo siento. De verdad que sí —inspiró todo el aire que le cupo en los pulmones antes de formular el resto de su discurso—. Pero tú, Ethan, jamás has sido una broma para mí —los ojos se le escaparon una vez más para encontrarse con los de Ethan—. Nunca.

El muchacho, con el corazón latiendo a mil revoluciones por segundo, e incapaz de articular palabra, asintió en silencio. Era la primera vez que Noah se abría así con él y eso, para su desgracia, se le hacía aún más raro que el haber sido perseguido por un maníaco con poderes. Pero es que Ethan tenía un secreto, uno que jamás le había contado a nadie, pero que ahora era más evidente que nunca: estaba enamorado de Noah. Y no era algo nuevo, no; lo había estado siempre, a pesar de las burlas y de haberse convertido en su burro de los palos, a pesar de los desplantes, las malas caras, las risas a su costa, las noches sin dormir pensando en él, e incluso a pesar de haber sido el protagonista de su última pesadilla; le quería. Siempre lo había hecho y eso, a estas alturas, era algo irremediable; lo tenía asumido. Casi del mismo modo que también tenía asumido que el suyo era un amor imposible, uno de esos que duelen durante toda la vida porque sabes que, hagas lo que hagas, nunca va a suceder.

Esto era nuevo, sin embargo, lo había sentido como un paso adelante, como un giro inesperado de los acontecimientos que, quizás, podía desembocar en algo mucho más grande. Por eso, cuando sintió que estaba un poco más calmado tras su brote psicótico, quiso probar una cosa.

—Entre tú y yo —susurró para que solo él pudiera oírle—. ¿Qué ha sido eso?

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Noah, a sabiendas de lo que Ethan estaba intentando hacer imitando el inicio de la conversación, pero no dijo nada y tan solo se dejó llevar.

—¿Qué ha sido el qué?

—Tú —fue todo lo que respondió.

—¿Podrías ser un poco más específico?

El copiloto simuló pensar la respuesta, pero la tenía ensayada.

—Tú —repitió—, empatizando, escuchando, abriéndote.

Hizo un gesto exacerbado con las manos que Noah pudo ver por el rabillo del ojo y se le escapó una risotada.

—La gente cambia, ¿no? —se encogió de hombros.

—La gente sí, pero, ¿tú? —negó divertido—. ¿Desde cuándo?

Se pensó la respuesta más de lo que a Ethan le hubiese gustado.

—Entre tú y yo —dijo por fin—, desde que tú haces que cambiar parezca el camino correcto. Quiero ser mejor persona. Como tú. Eso es todo.

"¿Eso es todo?", pensó Ethan al borde del colapso, pero dijo:

—Entre tú y yo, me gusta más el nuevo tú.

—Entre tú y yo, a mí me gustan todas las versiones de ti.

La última frase retumbó en lo más profundo de su ser, llenándole el estómago de unas mariposas que decidió liquidar lo antes posible con su siguiente pregunta, para que no se acomodasen.

—¿Hasta la que casi nos mata en un brote psicótico?

—Hasta esa, Ethan —le buscó con la mirada—. Hasta esa.

¿A dónde vamos?Where stories live. Discover now