Capítulo 10: EL CANTAR DE LA PRINCESA

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Ethan pudo sentir cómo la tierra se precipitaba bajo sus pies dando lugar a un concierto de luces estroboscópicas que le obligó a cerrar los ojos en un fútil intento por mantener las córneas intactas. Lo único que escuchaba eran los gritos de sus compañeros, acompañado de cientos de crujidos que profería la furgoneta intentando no desmontarse. Y, entonces, un golpe seco, un reventón y se hizo el silencio.

Parpadeó una decena de veces antes de acostumbrar las pupilas a la luz del mundo terrenal y, cuando por fin pudo mantenerlos abiertos, lo primero que vio fue una columnita de humo escapándose del motor de la furgoneta y, tras ella, el bosque del que intentaban escapar.

—¿Estáis todos bien? —preguntó, temeroso de la respuesta.

—Sí —susurró Noah, llevándose la mano a la sien.

—Eso parece —dijo al tiempo Bris.

—Todo en orden por aquí —confirmó Leo.

—¿Y tú? —le preguntó Noah.

Él, que estaba perdido al otro lado del cristal, tardó un momento en comprender la pregunta y se revolvió incómodo en el asiento. Le buscó con la mirada, preocupado, y decidió ignorar su pregunta en pos de una cuestión más importante.

—Parece que no ha funcionado.

Lo dijo en un susurro, para no preocupar al resto.

El copiloto, que ya había tenido tiempo de chafardear por su ventanilla, dejó escapar una sonrisa.

—¿Estás seguro de eso? —frunció el entrecejo irónico, divertido, y, tras un baile de muecas, le susurró—. Vuelve a mirar.

Torció el gesto sin terminar de comprender la orden pero, cuando lo hizo, obedeció. Bajó la ventanilla que se quejaba al esconderse y asomó la cabeza al otro lado. Cuál fue su sorpresa al descubrir que los colores del bosque se habían invertido y, ahora, cada uno de los árboles tenía el tronco embadurnado de un característico ocre y sus copas estaban coronadas por millares de hojas de un majestuoso color rosáceo; mientras tanto, el árbol central (ese que les había llevado hasta allí) era muy similar a cualquier manzano que pudiera encontrarse en su hogar, pero a lo grande.

El bosque se había dado la vuelta.

Bajó del coche sin pensarlo, arrastrado por la curiosidad que ese lugar despertaba en él. ¿Lo habían conseguido? Y, de ser así, ¿dónde estaban? Ninguna de esas preguntas parecía tener respuesta.

Cuando quiso darse cuenta, sus compañeros se habían apostado a su espalda y admiraban el lugar casi con el mismo entusiasmo que él. La última en unirse al plantel fue Naomi que, tras unas horas, por fin había salido de su letargo y se desperezaba entre quejidos de placer que el resto del grupo envidió.

—No sé qué demonios es lo que me has dado —le dijo a Agnes—, pero que Dios bendiga a la ciencia.

Una risotada generalizada llenó el ambiente.

—Y hablando de demonios... —continuó Naomi—, ¿qué coño es eso?

Levantó el dedo con cautela y señaló hacia la grieta del árbol que estaba apagando su chisporroteo cristalino por culpa de un mejunje pastoso de color negro que se derramaba de su interior, casi como si se estuviera pudriendo por dentro.

—¡El reloj! —comprendió Bris en un grito ahogado.

La joven echó a correr hacia la hendidura del árbol, donde la brújula seguía brillando con luz propia en un acto desesperado por cerrar la puerta a su mundo, al chico de negro; Leo también lo intentó, pero sus pasos fueron más torpes y terminó por caer de bruces contra el suelo, levantando así una fina capa de polvo que enturbió el ambiente; Ethan no dudó en buscar a Noah con la mirada, dispuesto a hacer una pregunta silenciosa que no pudo llegar a realizar puesto que el joven ya estaba sorteando las raíces a las faldas del gran árbol; mientras que Agnes se quedó en el sitio, protegiendo entre sus brazos a Ian, que miraba aterrorizado como un ser de ojos amarillentos se empezaba a colar entre las grietas, profiriendo un incómodo chillo que les puso los pelos de punta.

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⏰ Last updated: Sep 27, 2022 ⏰

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