5. Huir

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Paso mis dedos temblorosos por sus ojos descosidos. Aún conserva su aroma a niñez a pesar de su fuerte olor a humedad y polvo. El suave color crema de su cuerpo se ha desvanecido y un triste color oscuro de suciedad lo ha sustituido. En su camiseta aún se conservan las letras de terciopelo que dictan: I need you. Y, sin embargo, a pesar de todos los años que ha estado olvidado en un rincón de una habitación oscura y húmeda, sigue siendo suave y blandito.

-Momo... -susurro.

Lo estrecho entre mis brazos y lo aprieto contra mi pecho, no me importa que esté sucio. Cuando llegué a casa y mi madre despertó, yo no pude dejar de repetir: Momo, Momo... Necesitaba mi peluche y le pedí desesperada a mi madre que lo buscara y me lo diese. Por suerte ella lo guardó en la habitación del trastero a pesar de que yo le dije tiempo atrás que se deshiciese de él.

Ahora, en mitad de la noche, se encuentra en mi regazo, protegido, después de tanto tiempo abandonado. Como, si de alguna forma, me estuviese disculpando por haberle olvidado, por haberme querido deshacer de él. Pido perdón por haberme querido olvidar de mi infancia.

Lo siento, Momo.

Hoy tampoco dormiré, aunque la presencia de Momo me de tranquilidad, no quiero dormir. De todas formas, quedan ya pocas horas para que amanezca. No me moveré de mi cama, esperaré paciente el amanecer porque me espera un duro día. He tomado una decisión: mañana iré a clase.

~***~

Cruzo los pasillos, impasible ante las atentas miradas incrédulas de algunos alumnos y profesores. Los ignoro. Aprieto mi carpeta fucsia (la única que tengo) contra mi pecho y subo las escaleras hasta el siguiente piso. Algunos de los profesores tienen la valentía de acercarse a mí y preguntar nerviosos. Yo apenas respondo, ni siquiera me acuerdo de sus materias y menos aún de sus nombres. Me limito a asentir y seguir mi camino.

La trayectoria hasta mi aula se hace eterna.

Hay personas asomadas a la puerta, como siempre, esperando a la llegada del profesor antes de sentarse en los pupitres. Me ven llegar desde lejos, al principio parece que no me reconocen, sin embargo, sus semblantes se tornan asombrados ante mi figura. Por fin, he llegado: Aula 34

1º de Bachillerato. Ciencias.

En el interior de la clase reina el silencio. Me quedo inmóvil, observando las miradas incrédulas de mis compañeros. La mayoría hacen un corro alrededor de mí. De forma extraña, me siento intimidada, menuda y vulnerable ante ellos. Vagas imágenes me vienen a la mente de sus caras, algunas me suenan; otras me son completamente desconocidas. Poco a poco mi nombre empieza a retumbar en el aula. Débiles susurros se alzan hasta convertirse en gritos de euforia, sorpresa, e incluso podría decirse de alegría. Unos me rozan, otros me tocan, me sonríen, me ametrallan con preguntas incompresibles para mí. Empiezo a marearme. Quizás no haya sido tan buena idea venir hoy a clase.

-¡Dejadme pasar! -Una voz se alza sobre el bullicio de la clase.

De entre la multitud, se distingue una figura peculiar. Rubia, adornada con extensiones, diminutos ojos azules bordeados por una extensa sombra de ojos negra. Capas de maquillaje llenan sus pómulos, de baja estatura y, por supuesto, con un pronunciado escote. Más de un chico la mira de reojo al pasar junto a ellos. Pero no sé quién es.

-¡Alba! Acho tía, me tenías súper preocupada -dice la rubia con un acento de pija-. ¿Cómo estás? Joe, cuánto tiempo sin verte, estás hecha un asco. Bueno las cicatrices esas se pueden disimular con maquillaje y el pelo... puf, que mal te lo han cortado. Bah, ponemos unas extensiones como siempre, ¿no? ¡Acho tía, como te he echado de menos! -termina abrazándome.

DespertarWhere stories live. Discover now