Capítulo 26: Angus Phillips

190 16 15
                                    


Pasaron algunos meses y pude terminar la construcción, jamás lo habría hecho sin la ayuda de Leonard, Carl y los demás sujetos del pueblo que me dieron una mano.

De a poco comenzamos a amueblar el interior. Cuando por fin nos mudamos apenas teníamos una mesa con una silla y el taburete que me acompañó desde que comencé a trabajar; la cama y unas maletas con nuestra poca ropa.

Pero con el correr de los meses fuimos adquiriendo más cosas; lo bueno de ser considerado un héroe en el pueblo era que mucha gente estaba dispuesta a ayudarme y más de una vez algo me regalaron, aunque podía pagar la mayor parte del tiempo porque iba consiguiendo diferentes trabajos.

Quería hacer un corral para los caballos, así que el dinero lo estaba invirtiendo en eso. Nuestro hogar crecía a medida que pasaban los meses, al igual que el vientre de Judith.

A pesar de todos nuestros miedos nos habíamos estado preparando, el médico del pueblo decía que todo marchaba bien y que pronto nacería.

—Entonces, ¿cómo vamos a llamarlo? ¡Desde hace tiempo que venimos debatiendo y no nos decidimos!

Íbamos saliendo del consultorio del doctor para luego pasarnos por la casa de Mary-Anne que nos había invitado a comer.

—No lo sé. —No se me ocurría nada. Mis botas crujían sobre la tierra seca de la calle—. ¿Qué piensas?

—Grace me decía que le pusiéramos Albert porque le gusta Albert Lang, el que vive en la pensión. ¡Es una tonta! También me sugirió que lo llamáramos Leonard...

—Porque también le gusta Leonard —dije levantando la ceja. Ambos sabíamos que algo había ocurrido entre esos dos que había complicado la relación del comisario con Mary-Anne —. ¡No! No me convence. ¿Y el nombre de tu padre?

Me lo había dicho una vez, sonaba medio francés, no sé si estaría bien llamar al chico así, pero quizás a Judith le agradaba la idea. Ella acariciaba su vientre crecido a medida que caminábamos lento por esa concurrida calle.

—¿Y si lo llamamos cómo su padre? —Hizo énfasis en el 'su'.

¿Ella quería llamar a nuestro hijo cómo yo? Conocía a mucha gente que llevaba el nombre de sus padres. Quizás yo mismo lleve el del mío, pero nunca lo he sabido y nunca lo sabré.

—Angus Phillips —pronuncié en voz baja—. Angus Phillips hijo.

—Llámenlo Edmund. —El idiota de Jones apareció como un espectro desde detrás de nosotros—. Ya te contó sobre mi amigo Ed. ¿Verdad? ¿Lo hiciste, Judith? —dijo con ese irritable tono de burla.

Sin pensar tomé el revólver y estaba a punto de desenfundar en su cara como aquella vez que le metí el cañón en la boca. Apreté la mandíbula y le dirigí mi peor cara. ¡Ese idiota! No tenía nada que hacer aquí, Judith estaba incómoda y no iba a permitirle a ese cretino seguir haciéndola sentirse así.

—Será mejor que te vayas, Jones.

Ahí no podía amenazarlo; estaba al medio de la calle con muchos testigos cerca. Además, para respetar a mi esposa quería comportarme como una persona decente. Jones no valía la pena.

—Soy libre de circular, Phillips. —Jugó con su sombrero hasta acomodárselo en la cabeza y siguió caminando—. ¡Felicidades por el embarazo, pequeña Judith!

—Es un patán, lo detesto.

—Yo igual, vamos a la casa de Mary-Anne y olvidemos esto.

Seguimos nuestro camino, aunque la alegría que Judith traía en su rostro desapareció por completo luego de la intervención de Peter Jones. Ese maldito chismoso había arruinado nuestra agradable mañana. Y había mencionado a ese tal Edmund, que sospechaba que era el ex prometido de Judith, del que nunca me ha hablado.

A mí no tenía que importarme, eso era parte del pasado y de la vida de Judith. Pero como su esposo merecía saberlo, un poco me incomodaba que me ocultase algo. Pero no iba a obligarla a hablar, por eso traté de olvidarlo y fui a almorzar con nuestros amigos como si nada hubiese pasado.

***

Semanas más tarde llegó el gran día. Mi casa recién estrenada estaba llena de gente: entre el doctor, una partera y Grace andaban por ahí dando vueltas, haciéndome poner más nervioso de lo que ya estaba. Pero lo peor fue cuando entraron al cuarto y yo me quedé como un idiota afuera, sólo rogaba para mi mismo que todo saliera bien.

Judith me había confesado lo que había pasado a su madre cuando ella nació y estaba aterrada de que le sucediera lo mismo y eso me aterrorizaba a mí también.

Yo había tenido una vida agitada desde que era un niño; sobreviví robando en las calles donde casi me matan más de una vez por ladrón y después me uní a Paul para terminar en la lista de los más buscados en California. Había hecho y vivido muchas cosas, pero nunca en mi vida me había sentido tan nervioso y asustado como en ese momento.

Estaba sudando como cerdo a pesar de que en diciembre no hacía tanto calor, al niño se le había ocurrido nacer el último día del otoño.

Andaba tan inquieto que si tuviera dientes me mordería las uñas, pero era incómodo hacerlo con los que me quedaban, así que lo dejé; al pensar en esos dientes que perdí, recordé al sujeto ferroviario que me estampó la cara sobre una dura madera.

¡Qué dolor! Mierda.

Su esposa estaba embarazada y probablemente él pasó por lo que estaba pasando yo ahora, mientras yo en esa ocasión lidiaba con la hinchazón y el dolor en la boca, además de las burlas de Paul y Wallace. ¡Eran unos imbéciles! Pero hubo un amigo en esa época que sí me apoyó y me hubiese gustado que aún viviera para brindarme su fraterna compañía en estos momentos...

Leonard no había podido venir porque tenía trabajo en el pueblo, así que estaba solo esperando como un idiota, hasta que Grace salió de la habitación con una sonrisa enorme diciéndome que Judith estaba bien y que yo era el papá de un pequeño niñito.

—Bueno, si es niño lo llamamos como tú, si es niña la llamaremos como yo, listo —dijo Judith el día que fuimos a almorzar con Leonard y familia.

Por eso lo llamamos Angus Phillips. Y cuando lo sostuve en mis brazos por primera vez sentí que quería llorar. Si Paul hubiese estado ahí, seguramente se reiría de mí diciéndome blandengue, pero ese sujeto estaba bien muerto y yo sabía quién era realmente, así que dejé caer esa lágrima de emoción mientras abrazaba a mi hijo por primera vez.

Era el fruto de nuestro amor con Judith y juré que haría todo lo posible para darle todo lo que me faltó a mí de niño. Ni a él, ni a Judith, jamás les faltaría nada porque eran lo más importante que tenía en mi vida. 

¡Bienvenido Angus! 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Bienvenido Angus! 

Más valiosa que el oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora