Capítulo 40: Una carta

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Gold Springs, junio de 1880

Estimado comisario Miller,

Es de mi agrado enviarle esta carta para comentarle que seguí su consejo, estos últimos años he estado aprendiendo y practicando la lectura y escritura con la ayuda de mi señora esposa; a pesar de que mi caligrafía no es la más o prolija, según parece es entendible, usted me dirá después. Porque supongo que lo veré los siguientes días, ¿verdad? Pronto es la fiesta anual de Gold Springs y quisiera ver su cara de idiota cuando me escuche leer mis cartas, en fin, también me gustaría invitarlo a una cerveza para conversar un rato.

Lo saluda atentamente.

El mismísimo, Angus Phillips.

Judith se echó una fuerte carcajada luego de leer lo que le había escrito al muchacho de Ridge Valley.

—Se ve formal y a la vez no, es como tú —pronunció secándose las lágrimas que se le habían salido de tanto reír.

—¿Es un halago o me estás criticando?

—Es un halago —dijo todavía sin poder parar de reír—. ¿Cómo es eso de 'el mismísimo'? Solo a ti se te puede ocurrir algo así.

—Soy más creativo de lo que piensas —respondí con gracia.

Ambos estábamos divirtiéndonos, era una carta tonta, pero sabía que haría reír al muchacho; lo había conocido hace algunos años y había estado trabajando aquí por un tiempo, era simpático, curioso y bromista, a pesar de que los años y las circunstancias de vida lo habían endurecido un poco, seguía siendo el mismo.

—Oye, mira eso —dijo Judith poniéndose más seria y señaló hacia afuera de la ventana—. ¿Otra vez?

Allí estaban nuestros hijos peleándose entre sí, se daban empujones y al parecer se estaban insultando, pero desde adentro por suerte no podíamos escucharlos. Estaban terribles, no podía entender como dos chicos tan bien educados y criados con tanto cariño, podían ser tan crueles entre sí.

—¿Voy yo o vuelves a ir tú? —pregunté acomodándome para salir.

—Ve tú. Cualquier cosa yo me llevo a uno y tú al otro.

Di un suspiro.

Era un día soleado, por eso antes de salir me coloqué ese viejo sombrero oscuro que tantos años supo acompañarme, afuera el aire se sentía cálido y la discusión de los chicos podía escucharse.

—¡Ya cállate! ¡Deja de imitar mi voz!

—Ay, ya cállate, deja de imitar mi voz —pronunció agudizándola.

El maldito niño se estaba burlando de su hermana y ella apretando los puños con fuerza parecía que estaba a punto de abalanzarse a él para golpearlo. Decidí interferir para que no iniciaran una pelea de puños.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —vociferé haciéndolos quedarse quietos.

—¡Angus está molestándome! —acusó ella señalando al hermano—. No deja de burlarse de mí,

—¡Es mentira! —Se defendió—. Estaba diciéndole la verdad.

—¿Vas a llevarme a cazar a mí también, papa?

Oh... Lo había olvidado.

—¡Él va a llevarme a mí!

Contando alguna tonta historia, hace unos días había terminado ilusionando a los chicos con que iríamos a cazar muy pronto. Al chico mucho no le había interesado en un principio, pero era el más competitivo de ambos, entonces, si Jodie mostraba interés en algo, él terminaba interesado también para superarla.

Más valiosa que el oroWhere stories live. Discover now