Capítulo 44: Pantalones

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Gritos...

En la casa siempre había gritos, cuando no empezaba Angus, lo hacía Jodie y luego nosotros diciéndoles que por favor se calmaran, que estaban volviéndose adultos y no podían estar haciendo berrinches como si aún fueran dos niños. Los chicos eran educados, a veces; respetuosos con nosotros, sus padres, pero entre ellos: ¡Eran peor que la guerra civil!

Sus gritos solían darme dolor de cabeza, muchas veces los regañábamos, pero Angus y yo estábamos un poco cansados, así que solo los dejábamos resolver sus problemas, aunque no siempre podían resolverlos y luego las discusiones iniciaban por cualquier cosa.

Por eso en esta ocasión estaban gritándose y haciendo rabietas solo por unos pantalones:

—¡¿Por qué no quieres dármelos?! ¡Ya no te sirven! —Jodie reclamaba persiguiendo a su hermano por la casa—. ¡Estás gordo, ya no te quedan!

—¡No estoy gordo! Soy fuerte —respondió caminando hacia el porche con su hermana detrás—. Además, ¿cómo piensas llamarle la atención al cabeza de calabaza vestida como hombre?

—¡No metas a Kyle en esto! ¡Necesito trabajar cómoda!

—¿Kyle? —preguntó Angus por lo bajo—. ¿Quiere llamarle la atención al muchachito de la comisaria?

—Nuestra princesa está creciendo.

—Vaya...

Angus abrió los ojos arrugando la frente con preocupación, acababa de enterarse de que a nuestra princesa le gustaba un chico del pueblo, por suerte no hizo un drama con eso y siguió leyendo el periódico que bien temprano había traído a casa. Aunque de seguro, muy pronto, Kyle comenzaría ser observado por un padre ex forajido que quiere cuidar a su pequeña.

Y... Yo también haría algunas preguntas en el pueblo para cerciorarme de que ese muchacho es una buena persona. De no ser así, Jodie y yo tendríamos que hablar con seriedad.

La discusión de los hermanos continuaba afuera, tanto que podíamos escucharlos desde la cocina. Estaba a punto de levantarme a regañarlos, porque se estaban pasando con los insultos. Pero en ese instante, Angus decidió volver adentro, dejando a su hermana hablando sola en porche.

—Hijo, por qué no le das los pantalones —sugerí tratando de convencerlo cuando pasó por la entrada—. Antes de que se los coman las polillas en tu ropero, mejor deja que alguien más los use.

El niño —que ya no era un niño, pero para mí seguía siéndolo—, reflexionó unos segundos y se marchó a su cuarto. Mi pequeño se estaba volviendo un hombre, esperaba que tomara la decisión correcta.

—Hubo varias epidemias en el pueblo donde naciste —acotó Angus sin soltar el periódico—. Aquí dice que está maldito y por eso les acechan las epidemias.

—Las maldiciones son puro cuento.

—Tú lo has dicho, estos idiotas son muy supersticiosos.

Siempre se hablaban esos rumores estúpidos de los pueblos malditos y cosas por el estilo, ni yo, ni Angus creíamos en eso, pero nos resultaba entretenido leer esas cosas en el periódico; los dos disfrutábamos mucho de compartir lecturas y cualquier cosa nos venía bien.

Angus siguió leyendo con los ojos bien abiertos y una pequeña sonrisa en su rostro, se veía tan guapo...

Sonreí bebiendo un sorbo de mi té, cuando vi a nuestro hijo trayendo en sus manos unos cuantos pantalones apilados; me sentí orgullosa por él, porque me había hecho caso y estaba compartiendo con su hermana esos viejos pantalones que no iba a usar nunca más.

Más valiosa que el oroWhere stories live. Discover now