Capítulo 39: Joven forastero

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El Golden Hotel se veía como lo fue en la época que llegué a Gold Springs; tenía esa pequeña recepción con sofás de color cafés y el mostrador de Joss con un lindo florero que él siempre adornaba con flores.

El lugar lucía silencioso, como cuando tanto los huéspedes como nosotros nos preparábamos para irnos a dormir. Los faroles iluminaban el pasillo, haciéndolo verse tranquilo y cálido, me gustaba mucho vivir en el hotel.

Caminé hacia mi habitación, donde seguramente Grace estaba durmiendo, solo esperaba que no le molestase la luz de las velas porque al no tener sueño planeaba quedarme leyendo algo.

De a ratos todo se veía distinto, como si no estuviera en el hotel, era extraño, pero seguía sintiéndome en mi hogar. Todo era tranquilo y agradable, hasta que abrí la puerta del cuarto y me llevé una incómoda y desagradable sorpresa que rompió mi corazón en miles de pedazos.

Un nudo se formó en mi garganta y de pronto quise golpear a ese patán con todas mis fuerzas.

Angus, mi esposo, estaba besando a Christy Smith, sus labios recorrían su cuello y sus manos exploraban su cintura. Me sentí asqueada y traicionada por ambos, en especial, por él.

—¡Angus! —dije poniendo las manos en mi cadera—. ¡Eres un desgraciado!

Él se alejó de Christy Smith, dándose cuenta de que estaba ahí mirándolo ser un estúpido infiel. La mujer, con quién había compartido muchas charlas, se quedó inmóvil sobre la maldita cama y yo como una estúpida me quedé viéndolos, sintiendo como mi pecho dolía y mi garganta estaba a punto de estallar por las ganas de llorar que sentía.

—Judith —pronunció Angus caminando hacia mí.

No podía odiarlo, pero a la vez quería hacerlo. ¿Cómo podía ser capaz de algo así? Maldito hipócrita, después de haber criticado tanto a Leonard por lo que le hizo a Mary-Anne, terminó siendo igual, con razón eran tan amigos esos idiotas.

—¿Cómo pudiste? —respondí con la voz quebrada.

Mi corazón estaba destrozado, como las botellas de whisky con las que él mismo practicaba tiro allá en el desierto.

—Judith...

Un fuerte sonido me distrajo.

Abrí los ojos, respirando agitada, el pecho y la garganta aún dolían, pero ya no estaba parada en la entrada de la habitación del hotel, sino que permanecía acostada bajo mis suaves cobijas en casa. La claridad del día entraba por las ventanas, aunque todavía no iluminaba el sol, los gallos cantaban afuera y por fin supe que había tenido una pesadilla.

Recordé como mi esposo besaba a otra mujer y me sentí fatal. De pronto giré a verlo y él dormía placidamente a mi lado, con ambas manos metidas bajo la almohada y la espalda al descubierto. Por un momento sentí rabia, pero nada de lo que había pasado era real.

Afligida me levanté para poder despejar mi mente. Había tenido pesadillas muchas veces, casi siempre veía a Edmund o a Paul intentando hacerme daño; pero esta vez había sido Angus quién aparecía haciéndome daño. Y no era un daño físico, sino, emocional. Quizás por todo eso estaba tan afectada.

Respiré profundo y fui a servirme un poco de agua, no había querido tomar de la jarra que tenía en el cuarto porque no quería despertar a Angus, además, quería irme de ahí para estar un momento a solas.

El agua fresca atravesó mi garganta haciéndome sentir mejor. Ya era momento de dejar de lado esa pesadilla y comenzar el día preparando el desayuno para los niños que en unas horas se irían a la escuela.

Más valiosa que el oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora