Padres

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Shalom y yo supimos de la existencia del señor Jaeger al poco tiempo de habernos mudado de casa. El edificio era antiguo; tenía un desván debajo del tejado, un sótano al que se accedía desde la planta baja y un jardín cubierto de vegetación lleno de viejos árboles de gran tamaño. Nuestra familia es pequeña así que no ocupabamos toda la casa, solo una parte porque en la vieja casa también vivían otras personas.

Yo ya había visto a la abuela Kuchel por las videollamadas pero no había tenido el placer de conocer en persona a Kenny Ackerman, un hombre anciano, alto e imponente que compartía la casa con su hermana menor y tremenda sorpresa fue para mi cuando me enredó en sus brazos y con su sádica sonrisa me pidió que lo llamara «Tío Kenny».

—Seguro —forcé mi sonrisa porque tenía miedo, había escuchado el rumor de que era un hombre complicado y mi padre y él, a pesar de ser parientes, no eran los mejores amigos.

De los tres, mamá fue quién más rápido se entendió con Kenny, al parecer ambos tenían la misma personalidad eufórica y el mismo retorcido sentido del humor. El hombre quedó más que fascinado con la mujer que su sobrino había desposado, y no dudó en hacérselo saber cuándo todos nos reunimos en la mesa a la hora de la cena.

—Y francesa —Kenny se rió de manera irritante—. ¿Como fue que le hiciste caso a ese enano amargado?

Y la verdad, hasta yo quería saber.

Mamá y papá llevaban casados más de quince años. Él la había conocido en uno de sus tantos viajes a Marsella. Él era un empresario norteamericano y ella aún no terminaba la universidad. Era mucha casualidad que ambos tuvieran el mismo gusto por el pie de limón y todos los días iban a la misma pastelería por su ración pero nunca se habían visto hasta el día que papá llegó más temprano y se llevó los últimos dos trozos que quedaban.

H: ¡No puedes llevártelos todos! —lo enfrentó a la salida, después de haber pasado dos horas en una fila para no recibir nada—. Pudiste comprar uno solo.

Había sido tal vez el acento o su cabello alborotado por la prisa que tenía aquél día y poco tiempo tuvo de peinarse. O tal vez el simple hecho de que había sido la única mujer con la valentía de alzarle la voz de esa manera...

L: Si quieres podemos compartirlo —pero papá se enamoró.

Nosotros vivimos en Marsella trece años, hasta que un día papá llegó del trabajo y nos dijo que tendríamos que mudarnos a Denver –donde él había nacido– porque su trabajo lo requería. Como Shalom y yo somos franceses, sabíamos de antemano que nos costaría mucho adaptarnos a las costumbres americanas y aprendernos el idioma inglés.

—Ya verán —nos dijo una tarde que fuimos hacer el mercado de la semana con él. Shalom veía como la muchacha de la caja pasaba los productos por el detector de precios mientras papá seguía hablando—, les gustará tanto que van a olvidarse de sus vidas en Marsella.

—Yo no quiero olvidar Marsella. Tengo muchos recuerdos bonitos allá —papá me miró y sonrió un poco.

—Aquí también puedes hacer recuerdos bonitos. ¿O no, Shalom? —buscó que el menor se integrara en la conversación.

Pero Shalom se quedó pensativo un rato.

—¿Podemos tener una tarántula de mascota? —le preguntó.

¹ 𝐎𝐧𝐞 𝐒𝐡𝐨𝐭𝐬 ── levihan [✔]Where stories live. Discover now