4. Un beso amargo

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Me puse muy contenta al ver el progreso de Giulio en historia. Sacó un buenísimo puntaje en la prueba oral e incluso la profesora le aseguró que si seguía así probablemente estaría exonerado del examen final del semestre. No fue la única materia en la que mejoró, pero fue donde más destacó ya que su capacidad de retener lo estudiado había mejorado mucho. Nuestras interacciones en la escuela aumentaron un poco, y me hubiera ofrecido a ayudarlo a estudiar nuevamente de no ser porque debía perfeccionar más la coreografía que estaba preparando para la apertura de las clases de baile en Galileo Galilei.

Ay, cierto, la coreografía. ¡No había tenido tiempo ni para dormir más de 4 horas! Mi rutina diaria desde hace un par de semanas es exactamente la misma; ir a la escuela, regresar, ducharme y practicar. Sé que mis amigas me dijeron que era solo un evento de inauguración y no debía de trabajar tan duro porque ni siquiera era una competencia directa, sin embargo mi "talento nato" para el baile no nació de la nada, más bien de mi fuerte determinación y competitividad en la pista. Si no me veían como la mejor, estaba bien, pero superarlo me tomaría muchos litros de lágrimas.

Los días en la escuela antes de la apertura no fueron nada fáciles para mí. La mayor parte del tiempo estaba en el aula que usábamos como sala de prácticas, estresada, perdiéndome clases importantes y distrayéndome con mis propios pensamientos provocando que me desligue del ritmo y tenga que empezar de cero una y otra vez. Durante los recesos, mis compañeras del equipo salían a comer o a despejarse, pero yo optaba por quedarme a seguir intentándolo hasta que me saliera como tenía que salir.

Le pedí a mis amigas que a pesar de sus preocupaciones o curiosidad por saber de mí, no vinieran a verme o de caso contrario entorpecería mi concentración y la frustración conmigo misma aumentaría a mil. Hoy era el día antes de la apertura, me temblaba todo el cuerpo y tras mucho resistirme me tiré al suelo para descansar unos minutos antes de retomar la práctica. Era el primer recreo del día, nuevamente estaba a solas en el salón y me observaba en el reflejo de la enorme pared de espejo frente a mí mientras seguía tendida en el suelo.

Dos golpes casi inaudibles hicieron presencia en la puerta, dije en voz alta "está abierto" y así la puerta se abrió despacio a la par que me incorporaba poniéndome de pie. La figura de Pietro pronto apareció ante mí, con las manos detrás de la espalda y una mueca apenada.

—Sé que no querías ver a nadie, pero..— habló dando pasos cuidadosos hasta llegar a mí— me di cuenta de que no has comido nada en ninguna hora, desde los primeros días de ensayo— subió la cabeza, mirándome a los ojos.

—Sí, o sea.. cuando practico no puedo comer, siento que pierdo demasiado tiempo— me abracé por los hombros y miré sus brazos ocupados con curiosidad— ¿qué trajiste?

—Te he traído algo de comer, lo he preparado yo mismo— rió entre dientes, extendiendo una bolsa de bocadillos que traía a sus espaldas— No está bien saltear ninguna comida.

—Muchas gracias Pietro, no hacía falta que lo hicieras— tomé la bolsa con una sonrisa de oreja a oreja— quizás deba hacerte caso.

—Pruébalos, son rollitos de primavera. Isabel me dijo que te gustaban— sus ojos azules me observaban con impaciencia entre que lo abría.

Le ofrecí compartir el almuerzo, pero me aseguró que ya había comido antes, por lo que solo tomó asiento a mi lado en la banca y me acompañaba. Degustaba tranquilamente la comida, estaba deliciosa y pensé en por qué debía yo de recibir este tipo de detalles por parte de Pietro. Estaba claro que para él amigos no éramos, me lo había hecho entender varias veces y aquello me ponía en duda con respecto a mi culpabilidad en todo esto. «¿Le había hecho creer algo que no era?» nuevamente volví a atraparme en mis pensamientos sin percatarme de que Pietro se había estado acercando cada vez más a mí.

Madly in Love | Giulio Paccagnini (DI4RI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora