18. Ya nada queda

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Se dice que una bailarina está acostumbrada a escuchar la misma canción innumerables veces, a conocer frase por frase, letra por letra sin cansarse o aburrirse mediante la práctica. Probablemente me faltaba profesionalismo, porque estaba a una única repetición de tirar las zapatillas gastadas por el fastidioso parlante raspa tímpanos. Amagué un emblanquecimiento de ojos e intenté seguir, la memoria muscular haciendo por sí solo el trabajo de seguir con los primeros pasos dolorosamente repetitivos de la coreografía, carecientes de toda creatividad.

A cada integrante del equipo le tocaba realizar su propia coreo una vez al mes. Si la canción escogida estaba en tendencia, aquella persona podía realizar dos coreografías más durante lo que restara del mes. Recientemente había alguien que estuvo destacando mucho en cada ensayo, poniendo todo de sí y teniendo tanta consideración con sus compañeros que.. corregía cada mínimo error.

En serio, no dejaba pasar ni una ocasión. Porque claro, eran sus bailes después de todo.

—Chiara, ¿otra vez? ¡¿En dónde tienes la cabeza?!— regañó a mi reflejo, con la vista aún en el espejo de pared— vamos de nuevo. Y cinco, seis, siete..

De nuevo esa irritante y quejumbrosa voz disturbando mi paz. Luego de tantas horas semanales encerradas en la misma sala, supe que la convivencia con Arianna no era para los débiles. Lejos de percibirla como mala persona o engreída, más bien la veía excesivamente perfeccionista, y era aquello lo que nos llevaba a ser metidos en la misma bolsa de "flojos", que si nos equivocábamos era porque no dábamos todo de sí.

«Extraño cuando el baile solía ser un método de distracción y diversión, no un peso más en la mochila de mi estrés»

—Muy bien, pueden salir al receso— ni bien oí aquellas palabras gloriosas, me desplomé en el banco más cercano a beber algo de agua.

La sala de prácticas se desocupó en cuestión de segundos y ni se molestaron en cerrar la puerta, dejándola abierta de par en par. Cada grupo de estudiantes pasando por ahí se volteaba a verme tendida en el banquillo, aferrada a una botella de plástico vacía. Descansé el semblante y busqué consuelo en el aire acondicionado que golpeaba justo mi rostro, teniendo que cerrar los ojos resecos.

Ante la perspectiva de los demás resultaba un gesto muy dramático, pero ya no me quedaban más ganas de seguir intentando.

«¿Qué sucedía conmigo, que ya no me sentía feliz haciendo esto?»

—Sabía que te encontraría aquí— se escuchó una voz masculina de fondo, por lo que abrí despaciosamente los ojos agotados ante la desconocida voz.

Supongo que la memoria auditiva tampoco era mi fuerte. Tuve que pestañear varias veces y levantarme del banco para discernir que se trataba de Pietro, la sonrisa ladina siempre teniendo presencia al costado de sus carnosos labios naturalmente rojizos. No recordaba la última vez que hablamos, estoy segura de que luego de aquella equivocación con el mensaje destinado a Giulio me envió un par de mensajes más pero nunca los respondí o se me olvidó leerlos. Ha pasado bastante tiempo desde entonces.

—Pietro, ¿qué tal?— fue lo único que logré formular. Simulé una mueca en reemplazo de alguna sonrisa forzada, viéndolo tomar asiento al lado mío.

—Se ve que has tenido semanas muy duras. No respondiste mis mensajes, pero reconozco que soy un poco pesado con el spam— rió cálidamente por la nariz— no te lo estoy echando en cara ni nada, sólo venía porque quiero saber de ti.

—Honestamente, se me pasó por completo. Tanto tú como yo hemos estado sufriendo cambios fuertes en nuestras vidas, ¿no?

—Mira, si lo dices por Pac.. es algo complicado. No digo que estaremos así toda la vida, pero por el momento no quiero hablarle.

Madly in Love | Giulio Paccagnini (DI4RI)Where stories live. Discover now