32: Estoy hasta la mierda de amor.

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32: Estoy hasta la mierda de amor.

Kelly.

El mundo se burló de mí. No, espera, el destino se burló de mí. Honestamente, ¿cuáles eran las probabilidades de que saliera de esta? Mi ser gritó que ninguna.

Se supone que los Estados Unidos de América, con millones de habitantes, es lo suficientemente grande como para toparse más de dos veces con la misma persona a menos que sea intencional, lo que claramente estaba sucediendo. Esa parte no me asustaba tanto: el que este hombre me hubiera encontrado. Lo que me asustaba era el cómo lo hizo. ¿Cómo sabía que estaría allí a esa hora? Era una chica que estaba protegida con los mejores software de seguridad, tenía guardaespaldas, vivía en un edificio con toda la seguridad posible, ¿cómo pudo dar conmigo así de fácil?

Sí, sí, estaba lejos de casa, en su territorio, pero la manera en que me abordaron en la calle, era una estupidez pensar que fue mera casualidad.

En lo que llevábamos allí él solo me miraba. No me había tocado, hablado, ni siquiera el mínimo gesto. Simplemente estaba allí, con ese rostro impasible y una mirada indescifrable que me daba escalofríos.

Tenía miedo.

No, elimina eso, ¡estaba muerta de susto!

Mi cerebro, en un afán por torturarme, recreaba una y otra vez todo el secuestro. No dejaba de pensar en el maldito «si hubiera» que habría cambiado tanto las cosas.

Giovanni. El tipo se estaba portando como un estúpido seguidor, pero igual me pregunté: ¿qué habría pasado de aceptar su invitación? ¿Qué estaría haciendo en ese justo instante?

Y claro, también pensé en el Chófer: ¿qué hicieron con él? ¿Estaría en su casa?, ¿le habría contado a la policía?, ¿estaría herido? ¿Buscó ayuda? El peor de todos los escenarios: ¿estaba muerto?

—¿Qué hiciste con el chófer? —Terminé el concurso aterrador de quién hablaba primero. No era una partícipe entusiasta, pero ya que estaba en un juego escalofriante contra mi voluntad, al menos podría dejar de jugar cuando quisiera.

—Haces la pregunta equivocada, lindura —respondió, mirándome fijamente. Su voz, la tranquilidad con la que hablaba, me produjo un estremecimiento—. Deberías estar preguntando qué quiero, quién soy, por qué hago esto. Son preguntas divertidas que deseo responder.

Apareció nuevamente una sonrisa siniestra.

—¿Por qué haces esto?

Sabía quién era: un matón que necesitaba violar a las mujeres para sentirse completo. Sabía qué quería: hacerme daño. Lo único que no tenía idea era el porqué hacía lo que hacía.

Una chispa divertida iluminó esos ojos azules.

—Venganza —explicó sin arrepentimiento.

Se formó un silencio pesado.

Tragué mi jadeo, y pregunté—: ¿Venganza? ¿Por qué?

—Tu amigo Nick me debe una. Se la voy a cobrar muy caro.

El frío corrió por mi espina dorsal. Me dolió tanto el estómago que me dieron náuseas.

Busqué en mi mente por una mentira lo bastante convincente para... ¿Para qué? No parecía el tipo que se apiadaba de los demás. La manera en la que me vio en Las Vegas, en ese callejón, era la misma que destellaba justo ahora.

—Nosotros ya no hablamos. No encaja en mi mundo —susurré, incapaz de mostrar un poco de valor ni siquiera porque mi vida dependía de ello. Además, era una excusa patética porque me encontró afuera de su edificio. Aunque, si lo pensaba bien podría ser cierto, quizá yo estaba allí por Rainbow y no por Nick.

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