2: Kelly, Becca, Ginger.

270 16 11
                                    

Nick.

Daba un paseo en la planta baja, un poco hastiado del poco espacio entre las parejas. Muchos preferían la planta baja que el VIP. La primera opción se utilizaba para bailar y, prácticamente, follarse en la pista. También era el preferido de las chicas frecuentes buscando el hombre de la noche. La otra planta era para aquellos que no tenían decencia, pensando que coger delante de otros se consideraba una gracia. Al principio me daba repugnancia, mas luego comprendí que era Las Vegas; por alguna razón la gente repetía eso de: «lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas».

Terminé la ronda, creyendo que debía volver a la entrada. Carlitos se veía tranquilo, y pensé que Russo exageraba al decir que mi hermano no estaba listo para cuidar la puerta del club.

—Hermano, mira a esas chicas —sugirió Carlitos. Me encontraba de espaldas a la entrada, comprobando el movimiento en el interior. Al dar la vuelta por la urgencia de su tono entendí su entusiasmo.

Era una chica hermosa. De esas que no tenía el privilegio de ver con regularidad. Llevaba un diminuto traje azul ajustado al cuerpo, tan entallado, que me pregunté si no tenía problemas para respirar. El cabello castaño caía en ondas hasta la cintura. Usaba poco maquillaje, y noté que sus ojos eran de un color claro cuando se detuvieron frente a nosotros.

También sería tonto omitir que ella estaba fuera de lugar, completamente. Miraba a su alrededor buscando un indicio de algún terrorista en un coche bomba, listo para apretar el botón y hacernos explotar. A su lado se hallaba una chica rubia con una delantera bastante exagerada, no obstante, mi atención regresó a la otra, incapaz de apartar la mirada de la mujer de traje azul.

Eran turistas finas, podía notarlo.

—¿Identificación? —preguntó Carlitos. Se suponía que nadie más debía pasar, pero estaba demasiado embobado para recordarle que en el sitio no cabía un alma.

El cabello castaño de la chica estaba impecable. Todo en ella era perfecto, y me pregunté si no me encontraba alucinando; me sentía como estar frente a un ángel.

Me pasaron de largo, llevándome a experimentar la necesidad de correr detrás de ella, tomar su brazo y preguntarle qué carajo hacía allí.

—¿Por qué pueden entrar y nosotras no? —chilló una pelirroja barata que se hacía llamar Kittie; una puta pasajera en mi repertorio. Me hizo un chupete, ignorando la regla de nada de marcas.

—¿Carne fresca? —respondió Carlitos, mirando con asco a Kittie. Existía un rollo entre ellos, pero no era mi asunto.

Escuché el abucheo, junto a las personas quejándose de estar de pie por mucho tiempo y de que no deberíamos tener preferencias.

—¿Quiénes son? —susurré a mi hermano menor.

—Unas tipas de Massachusetts —comentó, viéndose complacido—. La rubia ha dejado doscientos dólares para poder entrar. —Carlitos me entregó un billete de cien, el mismo que guardé en mi bolsillo. Dinero era dinero y bien que nos hacía falta.

—¿Por qué te han pagado? —interrogué curioso. Quizá eran famosas y querían pasar desapercibidas. Jamás podrían compararse a Kittie o a una de esas turistas en la fila que ahorraban toda su vida para darse una escapada a Las Vegas.

—Ambas tienen dieciocho.

Mi ceño se frunció sintiendo la irritación creciendo en mi pecho. Lo miré realmente cabreado. No era algo nuevo que Carlitos o cualquiera de nosotros dejase entrar a chicas menores de veintiuno. No obstante, la mayoría venía a prostituirse, y Becca no le vendía alcohol sin identificación cuando sospechaba de una turista sin la edad legal para beber. Sin embargo, esa chica, con cara de que el Coco saldría del callejón en cualquier momento, ciertamente no era una puta, tampoco una turista con el presupuesto apretado.

Tatuado en míWhere stories live. Discover now