# 3

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Lionel tenía bastante para pensar. Odiaba el hecho de que toda esta situación lo rodeara cuando su carrera estaba llegando al punto más alto. Finalmente, una copa del mundo. Sin embargo, aquel suceso se sentía un tanto opacado en su mente, debido a los recientes encuentros con su arquero.

Dejando los baños y dirigiéndose de regreso a los vestuarios, con un tímido Emiliano siguiéndolo por detrás. Postura encorvada, hombros hacia delante y la cabeza gacha. Messi lo percibía pesado, sin embargo no giró a dirigirle la palabra. Después de todo, no era un niño. No hacía falta explicarle que lo que acababa de pasar había sido un error.

Finalmente llegaron a destino, y se separaron. Ninguno de los dos volvió a dirigirse la palabra por el resto de la noche. Ni siquiera en la caravana que le siguió, por las calles de Qatar. Ni una sola interacción. Lionel se aseguró de evitarlo sin ser tan obvio, mientras Martínez parecía querer buscar su tacto nuevamente.
Esta vez, Messi pensó que ya habían ido demasiado lejos. En todos sus años de carrera, nunca había cruzado esos límites con algún compañero. Y le había empezado a preocupar. Demasiado tarde, tal vez.

El primer encuentro emotivo, un beso apasionado pero impulsivo, no le molestaba. Lo entendió.
Una sesión de besos franceses sobre la encimera de los baños del estadio no le parecía lo más prudente. Lo peor es que no se había negado. Él continuó lo que Emiliano comenzó, y no habrían parado si no hubiera sido por la interrupción. Se sentía terrible. Sus necesidades de consolar al otro habían llegado muy lejos, como para serle infiel a la mujer de su vida. Este no era el habitual él. Necesitaba una ducha fría.

Después de que la caravana finalizó, cada uno fue a su respectiva habitación a preparar todo, ducharse o simplemente a hacer tiempo.

Martínez buscaba a Messi en los pasillos del hotel. Había terminado de armar su valija y se acababa de bañar, así que tenía tiempo de sobra.

Como era sabido, Messi estaba solo en su habitación, ya que nadie había ocupado ese lugar desde que Agüero no estaba.

Una vez frente a la puerta, golpeó, inseguro. Intentó armarse de valor cuando la puerta se abrió. Bajó su mirada y se encontró con un Lionel recién salido de la ducha, con los mechones goteando sobre su torso desnudo. Emiliano tragó en seco.

–¿Puedo pasar? –habló finalmente. Messi asintió, haciéndose a un lado.

Emiliano entró y se dirigió a la cama vacía y bien ordenada, la que nadie ocupaba.
Se sentó, intentando verse menos tensionado, pero fallando en el intento. Se apoyó sobre sus manos, mientras observaba a Messi caminando de un lado a otro, buscando una camiseta.
Sacó una de color negro de su valija y se sentó frente al arquero, quien volvió a tragar en seco.

–Tenemos que hablar, me parece... –comenzó Emiliano.

–Eh... Sí. Hay que dejar un par de cosas claras –dijo Messi, con seriedad. –. Estoy en un punto importante de mi vida, no quiero comerme la cabeza con otras cosas.

Emiliano asintió, convencido.

–Y somos adultos, no unos pendejitos de veinte que no pueden hablar las cosas, ¿no?

–Claro. –Ahora Lionel asentía. Parecía que ambos intentaban convencerse de que la siguiente conversación debería ocurrir tarde o temprano, porque el mismo tema generaba estragos en sus cabezas.

–Perdoname. Lo que pasó en los baños... Me re fui de mambo. –Admitió el Dibu, avergonzado. Pero no creo estar realmente arrepentido, pensó. Obviamente no lo dijo en voz alta.

–Sí, bue, yo también soy un pelotudo importante –Messi se relajó más. –. No debería haber dejado que pase. No sé qué se me cruzó por la cabeza.

–Por ahí me afecta de más estar lejos de Mandinha. –Su esposa. Realmente tuvo que traer el nombre de su esposa a colación. Messi se removió en su lugar, incómodo.

–Pero si tu mujer está acá en Qatar.

–Bueno, sí, pero... –No encontraba excusa. No podía decirle que la admiración que sentía por el mayor se le había escapado de las manos y ahora era algo más complicado. Más por el hecho de que no entendía desde cuándo le atraían los hombres. O tal vez no eran los hombres en general, tal vez solo era Lionel. Aún así, no podía discutir aquel tema con su compañero. No aún. –No sé, no he tenido momento para estar con ella a solas.

–¿Y me usaste como un descargo o qué? –Messi no intentó sonar demandante, pero Emiliano se sintió intimidado.

–No, Leo. No fue eso, posta. No entiendo qué me pasa. –Pasó su mano por su propio rostro, frustrado y suspirando pesado. –No sé si es con vos, o la situación. Ya estoy grande, viste. Me da vergüenza tener estas actitudes de adolescente hormonal, en los baños del estadio, Dios. Pero realmente no sé qué decirte.

Messi lo entendió. Es decir, intentó entenderlo, pero solo pudo cazar que se sentía frustrado así que decidió no insistirle en explicaciones.
Después de aquellas palabras, Emiliano se veía vulnerable. Messi estaba acostumbrándose a ver aquella faceta del menor, y lo hizo un mal hábito. Acostumbrarse a verlo así solo generaba que su vínculo se fortaleciera. Probablemente no era lo mejor en este caso, ya que Messi no podía evitar querer abrazarlo y acariciar su cabello, para hacerle saber que él estaba ahí. Que podía acostarse en su hombro y llorar, o reír, o lo que quisiera. Lionel comenzaba a confundirse. O tal vez su complejo de salvador estaba llevándolo a sus puntos límites.

Se contuvo y, optó por mantenerse en su lugar. Nada de contacto físico hasta que las cosas no fueran claras. Bah, eso sería lo correcto. Lo que debería hacer. Pero Emiliano a veces provocaba que Lionel ignorara la regla.

Tomó la mano del menor que descansaba sobre su propia pierna, apretándola.

–Tranquilo, Emi. –sus miradas se conectaron. Messi le sonrió. –Lo del baño fue un error, ya sabemos los dos. Fue la situación –Emiliano asintió, tomando la mano de Messi también. –. Nos dejamos llevar y estuvo mal.

–Perdoname, Leo. –Martínez pensaba en su familia, en la familia de Messi. No quería tirar dos vidas armadas por la borda por dos simples besos. Bueno, el segundo no fue tan simple.

–Vos también perdoname. –Messi suspiró. –Me la re mande yo también. No le puedo hacer esto a Anto.

Emiliano se sentía horrible. Antonella era una mujer hermosa, la mejor. Igual que su propia esposa. Y aunque intentara hacer de menos la situación, sus sentimientos florecían a cada segundo al lado del mayor. No podía hacerles esto.

–Pero ya está. Pasó. Tranquilo, Emi. Fueron dos boludeces –Lionel sonrió, tratando de hacer mas amena la charla.

Ambos se sonrieron, intentando convencerse de que aquellas emociones que comenzaban a florecer, no era más que el agrado que se tenían mutuamente. No podía ser nada más que eso, reafirmaba Lionel.
Emiliano se paró, aún sosteniendo la mano de Messi.

–Gracias Leo. Te aprecio mucho, de verdad. –se acercó para abrazarlo, a lo que Messi vaciló pero terminó aceptando. –Che, como que me tendría que ir, es medio tarde.

–Sí y mañana salimos tempranito. –agregó Messi, dándole palmadas amistosas en su espalda.

Cuando se separaron, volvieron a conectar visualmente. Aunque quisieran, después de lo vivido, era casi imposible no notar la tensión entre ambos. La cara del Dibu comenzó a enrojecer, pestañeando lento. Lionel se quedó tieso. La mano de Emiliano se mantenía en su cintura, poniéndolo nervioso. Se mantuvieron así hasta que Messi se aclaró la garganta, incómodo. Martínez desvío la mirada a la puerta y soltó a su compañero.

–Eh, bueno. Que duermas bien, hermano. –fue lo último que dijo antes de abrir la puerta y salir por la misma.

Lionel temía por el futuro de sus carreras. Esto no podía estar pasándole.

𝗞𝗜𝗦𝗦𝗘𝗦 𝗔𝗡𝗗 𝗥𝗘𝗚𝗥𝗘𝗧𝗦 messi, dibuWhere stories live. Discover now