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Lionel se acomodaba para dormir luego de aquella llamada. Antonella no habia movido un milimetro de su cuerpo, ella sí que tenía un sueño pesado. Le esperaba una conversación un tanto incómoda a la mañana siguiente. Que no tenía porqué serla, no obstante Messi, en el fondo, tenía miedo de que su mujer se enterara.

Pasados los días y las casi discusiones con su mujer por su repentida salida a Buenos Aires, se encontraba finalmente en el aeropuerto. Mandó un mensaje a su arquero para que fuera a recibirlo. Llegaría alrededor de las nueve de la noche, y de ahí partirían a su departamento.

Lionel tenía un sabor amargo en la boca. Se despidió de mala manera con Antonella, quien le reclamó más que nada por sus hijos y el tiempo que habían pasado lejos por el Mundial. En palabras textuales, ella le dijo que esas dos semanas debería haberlas reservado para su familia, y no para el arquero de su selección que no era más que un amigo del trabajo. Messi no entendió por qué le cayó tan mal aquel comentario, siendo que era la pura verdad. Por lo menos al ojo del público y de su esposa. Pero Emiliano era especial. Era como nadie.

No se comparaba con la relación que tenía con Agüero, o Neymar, o cualquier otro compañero y gran amigo. Era totalmente distinto y Lionel no quería saber la razón. Si indagaba demasiado, le carcomería la culpa. Y a pesar de haber conocido al menor durante una (relativamente) corta cantidad de tiempo, supo ganarse un lugar en su corazón. Le quedó más que claro cuando Martínez le juro lealtad en aquellos pasillos vacíos de la Copa América.

Messi se sentía egoísta. Él lo sabía. Sabía que la intensidad con la que Emiliano sentía su vínculo era mayor. Y la culpa lo invadía. Quería compensarlo por no adorarlo de la misma forma en la que Emiliano lo adoraba a él.

Los minutos pasaron volando, el avión aterrizó y luego de todos los pasos cumplidos, Lionel divisó la figura del menor. Con una gorra puesta, manos en los bolsillos y la vista perdida entre la multitud. Lo estaba buscando.

Lio sonrió y se encaminó hasta él. Apenas llegó, agarró su camiseta levemente, tirando de ella para llamarlo. Emiliano continuaba con su vista clavada en el resto de la gente, buscando. El otro no tardó en darse cuenta de lo que estaba haciendo. Fingió molestia y le pegó con el puño cerrado en el pecho, suavemente.

─Dale, tarado ─Dibu finalmente dirigió su mirada hacia abajo y se hizo el sorprendido.

─Ah, estabas ahí abajo. ─le comentó, aún serio. Messi le clavó los ojos, provocando que el contrario no pudiera aguantar su risa. ─Vení, vení. ─lo estrujó en sus brazos. Lionel no tardó en corresponder, todavía haciendo un leve puchero.

Se separaron y comenzaron a caminar en dirección a la salida. Emiliano lo guiaba hasta su auto.

─Che hay que apurarnos, mirá si me ven. ─dijo Messi, acelerando su paso.

─No va a tardar en correrse la bola de que andas por acá y no en Rosario ─comentó el arquero, preocupado. ─¿Qué les vas a decir si te preguntan?

─No les digo nada. Qué carajo les importa ─se encogió de hombros, sacándole una risa al menor. En eso, ya habían llegado al auto.

Emiliano abría la puerta. Ambos ya estaban dentro, y protegidos. Ahora quedaba el viaje hasta el departamento en Mar del Plata.

─Qué te hacés el malo, no te sale ─se burló, mientras arrancaba el auto y partía del estacionamiento.

─A vos te sale bastante bien ─Messi comenzo a acomodarse en su lugar, sacándose la capucha y la campera que llevaba. ─Y eso que de malo no tenés ni un pelo. Sos más buenito vos.

─Eso porque con vos me pongo tímido ─confesó, haciendo que Messi sonriera de la ternura.

─Que mentiroso que sos.















𝗞𝗜𝗦𝗦𝗘𝗦 𝗔𝗡𝗗 𝗥𝗘𝗚𝗥𝗘𝗧𝗦 messi, dibuWhere stories live. Discover now