Dinero

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—Sesos de alga, ¿No puedes hacer que esto vaya más rapido? —dijo Annabeth, ya cansada de remar.

—Veré qué puedo hacer —respondió el otro.

Comenzaron a ir más velozmente tan pronto éste tocó el agua. No imaginaban lo que sucedería menos de cinco minutis después. De pronto, el agua dejó de responder a las órdenes de Percy.

—¿Y ahora qué sucede? —preguntó él, mirándose las manos, extrañado.

—Uhm... ¿Sesos de alga? —dijo Thalia, preocupada.

—¿Qué sucede? Estoy algo ocupado aquí, ¿Sabes? —dijo él, irritado, volteando a verla.

La pelinegra señaló hacia atrás de él. El chico volteó la mirada y su quijada cayó en seguida. Una enorme ola, como la de un tsunami, se levantaba y crecía más y más a cada segundo.

Percy, de pronto, sintió un impulso y retomó el control del agua, haciendo una ola más pequeña, chocar contra la enorme que se estaba formando. Parecía haber resuelto el problema, cuando de pronto, vieron una nube acercarse a ellos. Fue así como por la siguiente hora, estuvieron luchando por mantener el curso. Percy no sabía ya dónde estaban, pero trataba de recordar hacia dónde le había dicho su intuición que fueran. No sabía qué estaba sucediendo. Algo o alguien lo estaba bloqueando.

—¿Por qué no lo imaginé? —dijo Annabeth.

—¿Qué cosa? —preguntó el ojiverde.

—Poseidón —aseguró ella.

—No entiendo —dijo él.

—Sí, ya lo sabemos —dijo Thalia.

—¿Y tú sabes a qué me refiero? —preguntó Annabeth.

Ella se quedó callada. La contraria suspiró.

—Dudo que a Poseidón le guste mucho que haya alguien desconocido controlando el mar a su placer.

—¿Qué? Pero si soy su hijo —dijo Percy.

—¿Y crees que él lo sabe ahora? —preguntó la joven.

El chico estaba a punto de responder, pero al pensarlo mejor, se quedó callado.

—Tienes razón...

—Lo mejor será que ya no uses tus poderes —dijo ella.

—¿Pero cómo se supone que me enfrente a Henry?

—Tienes otras habilidades, ¿no? Úsalas.

Percy suspiró y asintió.

—De acuerdo, de acuerdo.

Pasó un rato más. La tormenta se apaciguó y los chicos, que creían haber quedado a la mitad del mar, de pronto divisaron una isla.

—¡Estamos salvados! —dijo Grover.

Llegaron al puerto y de inmediato bajaron. Nadie, incluso Percy, quería acercarse al mar en ese instante.

—¿En dónde estamos? —preguntó el mismo, a un señor que se encontraba ahí en el muelle.

—En Saint Martin, señor.

—Gracias —dijo Annabeth.

El hombre la miró, de abajo hacia arriba, con desprecio y luego dirigió su vista hacia Thalia, quien usaba una chamarra de cuero y pantalones ajustados. Por último, miró a los tres hombres que estaban junto a ellas, Percy, Nico y Grover. Hizo una mueca de asco y extendió la mano, sin querer voltear a ver a ninguno de ellos.

—Dos chelines y su nombre, por favor.

—¿Qué tal... tres chelines y nos olvidamos del nombre? —dijo Percy, poniendo las monedas en su mano. Era mejor pasar desapercibidos en esa época, para no causar problemas en el futuro.

En busca del tridente perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora