Prólogo: Jaqueline Rodríguez

468 58 25
                                    

Durante toda mi vida he estado escuchando a casi todo el mundo hablar sobre la salud mental. Nunca pensé que vería ese tema de tan cerca, pero la adolescencia a veces no es tan fácil.

Hay gente que crece en una familia perfecta, una donde te demuestran amor, te abrazan, te hacen sentir especial. Gente que crece con un maravilloso grupo de amigos y sí, obviamente la vida no es fácil para nadie y está repleta de pruebas... Pero siempre es más dura para unos y más sencilla para otros.

A mí me ha tocado la parte difícil.

Crecí siendo feliz. Tenía a mis padres demostrándome su cariño, unos amigos especiales, unos abuelos que me llenaban de besos cuando me veían. Habían reuniones familiares en el rancho, comidas, cenas, celebrábamos la Navidad a lo grande. Mis cumpleaños eran lo mejor del año y mi boca nunca dejó de sonreír.

Hasta que cumplí los catorce, ahí fue cuando todo se torció.

La hermana de mi madre tuvo un accidente de tráfico ese año. Mi prima y mi tío iban en el coche y desafortunadamente mi prima sobrevivió. Digo desafortunadamente porque nunca he llegado a saber qué hubiera sido mejor; el que mi prima haya sobrevivido y ahora no levante cabeza porque tendrá que aprender a vivir con ese dolor, o que hubiera muerto con ellos para así dejar de sufrir.

Cuando mi tía murió, mi madre cambió y nunca volvió a ser la misma. Su única hermana había muerto, estaban enfadadas en ese momento y nunca pudo decirle lo mucho que la quería. Ahora baña sus penas en alcohol y lo único que la mantiene en pie es poder cuidar de su única sobrina.

Al año siguiente mi abuela murió. Hace cuatro años de eso y no he podido superarlo. Ese mismo año mis padres se separaron. Mi padre quiso llevarnos a Europa, pero la vida de mi madre estaba en Seattle y no quiso irse con él. Terminaron divorciándose y al principio mi padre me llamaba cada semana. Luego pasó a llamarme una vez al mes, y ahora sólo me llama el día de mi cumpleaños para prometerme siempre la misma mentira. Este año sí nos veremos, me dice. Pero hace ya cuatro años desde que no veo su rostro, ha construido su propia familia y ya no me necesita.

Para terminar de romperme, detrás de mi abuela se fue mi abuelo, que murió por la pena de no volver a ver nunca más a su querida esposa con la que mantuvo casi cincuenta años de matrimonio.

Después de todo ese caos al que tuve que sobrevivir diariamente con tan sólo catorce años, empecé a sufrir de ansiedad. Cada día me levantaba con un profundo dolor en el pecho, y eran tantas las ocasiones en las que mi propio cuerpo me vencía que una vez estuve a punto de acabar con todo.

En realidad... Varias veces.

Me convertí en una adolescente triste y poco sociable, mis amigos me dejaron de lado con el tiempo y sólo mantuve a dos hasta ahora. Comencé a salir demasiado por las noches, bebía y consumía drogas porque en esas horas podía olvidarme de todo por un breve momento. Me volví muy problemática en en instituto, nadie podía soportar mi mal humor y fueron muchas las veces que los profesores tuvieron que separarme de varias personas, porque sino acabaríamos matándonos a golpes.

Sabía que tenía que dejar las drogas, pero hasta ahora no pude.

Llegó a tal nivel que una noche, cuando mi mejor amiga Alba y yo volvíamos a casa en mi coche tuvimos un accidente. Ambas estábamos perjudicadas y yo conducía, llevábamos la música demasiado alta y cantábamos a pleno pulmón. Me distraje, no pude ver aquella rotonda acercándose, así que no me dio tiempo a girar y nos estampamos contra un gran muro de cemento.

Alba casi muere en aquella operación. Unos metales se habían instalado en sus costillas y traspasaron sus pulmones.

Jamás podré olvidar el momento en el que desperté dentro del coche ardiendo y la vi desangrándose. Su madre tampoco pudo perdonarme, ella hubiera preferido que la perjudicada fuera yo y no su hija, que tuvo una muy larga recuperación.

If not for youWhere stories live. Discover now