Capítulo 9

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Hoy amanecía el tercer día desde que el monstruo se metió en la jaula.

De nuevo me di el placer de observar la salida del Sol desde mi ventana, y aunque las casas del frente me taparan media vista era precioso. Por alguna razón ese momento del día me daba paz, pero a la vez tristeza.

Amanecía un nuevo día y yo seguía igual que hace dos años, por más que quisiera no podía cambiar. Yo soy así.

El jaleo de mi madre, Leonardo y Laura preparándose el café para no llegar tarde a sus respectivas responsabilidades se escuchaba en el piso inferior. Esperaría a que se fueran para bajar y comer algo, estaba famélica y sedienta.

Caminar se me hizo difícil y continuaba doliéndome todo el cuerpo. Quizás porque me pasé dos días sin salir de la cama ni estirar mis músculos. Aún así bajé al piso de abajo, me preparé una taza de café que les sobró y al primer trago casi la tiro al suelo por el susto. El timbre sonó de repente, yo le di ese trago tan desesperado al café y volvió a sonar.

Ya no era el timbre, ahora alguien daba toquecitos a la puerta.

—¡Soy Alba! —escuché a lo lejos. —Sé que estás ahí. Vamos, abre.

No tenía ganas de ver a nadie. No quería cruzarme con ningún asistente de la fiesta, no quería recordar lo que pasó. Quería olvidarlo.

—Saltaré por tu ventana. —gritó fuera. —¡Jackie!

Con mucha pereza me acerqué a la puerta y abrí. Para mi sorpresa no venía sola, venía con Tate y mirarla a los ojos después de lo que le hice me hizo agachar la cabeza.

—Madre mía, estás hecha un asco. —dijo Alba pasando por mi lado. —Te hemos traído el desayuno.

Aún veía las deportivas de Tate frente a mí, así que levanté la cabeza y me la encontré mirándome.

—¿Puedo? —preguntó.

—Adelante.

Me hice a un lado y cerré la puerta. Las tres nos sentamos en la mesa del salón y yo me tapé la cara mientras Alba sacaba todo lo que había traído en esa bolsa. Pude ver el logo de la cafetería de Jenna en ella.

—Laura nos ha dicho que no comes desde hace más de dos días. —habló Alba. —Así que come, mira qué bocadillo tan apetecible.

Miré el pan. La lechuga fresca sobresalía por los lados, llevaba atún y huevo, y creo que bacon. Pero mi barriga no rugió.

—Lo siento. —dije levantando la mirada. La dirigí a Tate. —Lo siento mucho...

A continuación vino el llanto.

Me dejé caer sobre la mesa y lloré. Me sentía tan culpable que dolía, y aunque en ese momento no estuviera en mis cabales sabía que todo lo que hice lo hice porque quise. Porque me encanta llamar la atención, porque no soporto que la vida no sea como yo quiero.

—Jackie... —escuché a Tate. —Te descontrolaste, eso es todo. Le puede pasar a todo el mundo.

Con los ojos llenos de lágrimas la miré y me las sequé.

—Ni siquiera sé qué haces aquí. —le dije. —¿Cómo puedes estar aquí después de todo?

—Porque ya estoy harta. —me encaró. —Estoy harta de que lleves dos años evitándonos, de verte mal cada día y no poder acercarme para darte un abrazo porque no me dejas. Te sigo queriendo, Jacqueline, y no puedo aguantarme más las ganas de querer ayudarte.

—Voy a terminar perjudicándote. —contesté.

—Como vuelvas a repetir esa frase te mataré. —dijo Alba. —Te pasas la vida quejándote de que nadie te quiere, de que estás sola, de que te sientes vacía. ¿Pero y nosotras qué?

If not for youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora