𝟏𝟎. 𝐄𝐥 𝐩𝐚𝐫𝐪𝐮𝐞 *

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|IAN|

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|IAN|

Yo nunca había sido un chico que solucionaba los problemas a golpes, pero tampoco era de los que se quedaban callados o simulaban no escuchar las provocaciones de las otras personas. Jamás.

Mi padre me había enseñado a nunca mostrarme débil y a echarle valor a las situaciones cuando la requerían, a pesar de que a veces me asustasen. Debía ser alguien echado para adelante, como se solía decir. Tenía que abordar las cosas con la mayor valentía y fuerza que existiera en mi interior. Por eso no pude quedarme quieto en aquella injusticia que presencié; por eso lancé golpes como un animal, sin miramientos, sin arrepentimientos.

No me importaba una jodida mierda como acabase la otra persona, solo que yo fuese el vencedor del pleito.

Y si me preguntaban si podía haber solucionado el asunto de otra manera, les diría que sí, pero es que el diálogo no casaba con mi impulsivo carácter y esa era mi forma de zanjar los contratiempos que me abordaban. A sabiendas de que después iba a tocarme soportar una reprimenda de mi señora madre.

Tal y como sucedió en cuanto llegué a mi casa ese viernes por la tarde después de clase con un ardor horrible en los nudillos.

—¿Qué te ha pasado en la cara? —indagó cuando crucé la puerta de la cocina en busca de mi comida.

—Nací así de perfecto, ¿ya lo has olvidado?

—Ian, no me vaciles que no soy ninguno de tus amiguitos. ¿Qué te ha pasado en la cara?

Su tono serio e insistente terminó por desesperarme. No contaba con ganas de soportar sermones. Suficiente tenía con lo que tenía.

—Qué me va a pasar en la cara.

—Que tienes la mejilla roja, como si te hubiesen dado un golpe. ¿Te han dado un golpe?

Varios.

Saqué la lengua con desgana en un gesto muy desagradable, sin que me viera, claro, no quería sacar el dragón en llamas que habitaba en ella.

—¿Dos peleas en la misma semana?

Me abordó el paso con intenciones de escudriñarme, justo cuando iba a alcanzar la gloria al tocar ese plato de albóndigas de la encimera. Con su actitud demostraba que ella era la que mandaba, y que hasta que no le diera una respuesta válida; no iba a marcharme de la cocina con mi plato de carne.

—En realidad la otra fue el sábado, no esta semana —recalqué—. Y fue contra una puerta.

—¿Y encima te recochineas de mí?

—No, claro que no.

—Qué te ha pasado en la cara, Ian. Aún no se te ha curado la ceja y ya llegas con otro golpe. Responde y déjate de tonterías.

Tenía dos opciones en ese momento: la primera, mentía y me soltaba un sopapo con la mirada y en forma de castigo, o la segunda; me inventaba algo y salía airoso de aquello.

𝐔𝐧 𝐁𝐞𝐬𝐨 𝐈𝐧𝐞𝐱𝐩𝐞𝐫𝐭𝐨Where stories live. Discover now