𝟐𝟑. 𝐋𝐚 𝐟𝐢𝐞𝐬𝐭𝐚 *

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|IAN|

El silencio era mi único acompañante en aquella calurosa y confusa noche. Dudas. Mi cabeza estaba llena de dudas implantadas por traumas de un pasado que se sentía muy presente. La brecha que ya creía cerrada estaba más abierta que nunca, proporcionándome un miedo apabullante al que temía enfrentarme. Un miedo que desencadenó que mi vida se encontrase así en esos momentos: hundida; en la mierda.

El miedo y los traumas fueron los detonantes de que yo hubiese terminado metido en las drogas, con la salud mental por los suelos y con el corazón hecho trizas. Ellos me empujaron a cometer muchos errores, entre ellos: acercarme a Carlota y Candela.

De camino a la fiesta temía por lo que fuese a pasarme al llegar a ella. Dudaba de si iba a salir herido al acudir a ese lugar. Temía por mí, por mis esfuerzos de dejar esas sustancias y por si ese par de hermanas decidía cumplir todas y cada una de las amenazas que me dedicaron por deberles algunos euros.

Dudando y temiendo me pasaba los días, las tardes y las noches.

No era tan fuerte como me creía, en realidad era un puto cobarde, pero tenía que sacar valor de donde no lo había y solucionar los frentes abiertos para terminar de una vez la guerra. No podía dejar pasar las cosas, no me dejaban, debía afrontar lo que me había llegado y sobrellevarlo de la mejor manera posible.

No temas.

No seas cobarde, Ian.

La voz de mi padre resonaba en mi cabeza sin pausa, despertando las ganas de arrancarme el cerebro de cuajo para dejar de oír las tonterías que soltaba. ¿O es que tenía razón?

¿Era un gallina por culpar a personas externas por lo que estaba sufriendo, un cobarde por no lograr superar esos traumas como correspondía, o un miedica por no ser lo suficientemente maduro como para salir solo de eso?

Personalmente, no me consideraba un cobarde, simplemente, por muy valiente que intentase ser, no dejaba de ser un chaval indefenso, asustado y arrepentido por haberse metido en un mundo al que no pertenecía. Solo era un chico con un poco de miedo a las consecuencias de mis actos, ya que nadie iba a protegerme o responder por mí.

Porque si algo me quedaba claro era que hasta tu propia sombra en la oscuridad te abandona.

Y eso era una realidad, yo estaba solo. Nadie me cubría las espaldas.

Solo son unas crías, deja de achantarte —continuó diciendo.

Quería pegarle un tiro a la voz para que dejase de decir tonterías sin fundamento.

¿Solo unas crías? Carlota y Candela eran de todo menos unas "crías".

Desde fuera, ellas parecían ser más inofensivas de lo que realmente eran. No eran dos niñas indefensas que tenían como hobby pasar drogas en el instituto que dirigía su padre para divertirse un rato, su negocio era más complejo e iba más allá de eso. Ambas se movían en ambientes oscuros, en un mundo que apestaba y en el que ellas eran la última mierda de las mierdas. Porque el tema funcionaba así, como una cadena de peces, comenzando por un inofensivo boquerón y terminando con un tiburón, con el mandamás.

𝐔𝐧 𝐁𝐞𝐬𝐨 𝐈𝐧𝐞𝐱𝐩𝐞𝐫𝐭𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora