𝟏𝟓. 𝐄𝐥 𝐭𝐫𝐚𝐬𝐭𝐞𝐫𝐨 *

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|IAN|

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|IAN|

Jueves, día de la prueba...

La dichosa rubia y yo obtuvimos bastantes miradas de interés al cruzar los pasillos como si fuésemos una pareja. Alguno de sus ligues se pillaría un mosqueo al ver cómo la sujetaba de la cintura como si fuese mía, y lo más probable es que también una de mis rubias se hubiese mosqueado por nunca haber sido cariñoso con ellas en público, pero sí con la pija de Candela.

Lo que ninguno de ellos sabía era que todo aquel numerito era una completa farsa para disimular. La de ojos azulones y yo teníamos una conversación pendiente, un tema de importancia que tratar con urgencia, así me lo hizo saber cuando se acercó a mí y me clavó las uñas en el antebrazo.

Llegamos al cuarto de baño de tíos de la primera planta; la peor elección, dado que siempre estaba lleno de mierda y apestando a alcantarilla con aguas fecales.

—Lo de los besitos ha estado muy bien, pero dame lo mío. Tienes a mi hermana cabreada y no te conviene en absoluto.

—Dile a Carlota de mi parte, que la den. Le dije que se lo pagaba mañana, no hoy. Así que no pienso darte ni un euro.

—Ian —endureció el tono y su postura—, nuestra pasta.

—A que voy a decirle al director que sus hijas son las dos camellas del instituto que tanto lucha por descubrir —vacilé con una sonrisa arrogante.

Me golpeó en el pecho y todo rastro de diversión se esfumó de mi semblante.

—No te hagas el gracioso —advirtió—, que nadie quiere que aparezca una bolsa de polvo mágico en tu taquilla. No vayas a darle otro disgusto a tu madre, pobre mujer, suficiente tiene ya, ¿no crees?

Encajé los dientes y me contuve para no arrancarle los ojos de un bocado.

—¡A mi madre ni la menciones!

—Entonces déjate de bromas y dame los cincuenta pavos que nos debes.

—¿¿Cincuenta?? No me jodas, Candela, eran treinta.

—Es lo que tiene retrasarte con los pagos y encima vacilarnos. Págame. ¡Ahora!

Su grito resonó entre las cuatro paredes del pequeño baño. Sus ojos de lince, iguales a los de su hermana, me presionaron y advirtieron de que era mejor pagar o la cosa terminaría mal con el par de hermanas guerreras.

—No tengo pasta, Candela, te lo juro —me vacié los bolsillos frente a ella, consiguiendo una moneda de dos euros que me agaché a recoger; se la tendí y la lanzó de vuelta al suelo.

—¿Me vacilas o qué, gilipollas? ¡Mi dinero!

—No tengo —repetí—. Me gasté lo que tenía en...

𝐔𝐧 𝐁𝐞𝐬𝐨 𝐈𝐧𝐞𝐱𝐩𝐞𝐫𝐭𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora