𝟐𝟐. 𝐕𝐮𝐞𝐥𝐭𝐚 𝐚 𝐜𝐚𝐬𝐚

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|EVE|

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Si un hueso se suelda mal, hay que volver a romperlo. Si una cicatriz es muy gruesa, hay que rasgarla y crear una herida nueva. Nos rompemos para reconstruirnos.

Yo me había roto innumerables veces a lo largo de mi vida, había intentado reconstruirme y seguir adelante. Eso no significaba que el proceso fuese pan comido, más bien era todo lo contrario, el enfrentarte a las adversidades era complejo. Cada caída es peor que la anterior, el doble de dolorosa, pero en cada una de ellas terminas aprendiendo algo...

Te levantas, intentas recomponerte, y sigues; hasta que llegue la próxima.

Esa filosofía yo ya la tenía asumida, aplicada y aprendida. Y por más duro que resultase, yo sacaba fuerza de donde no la había y me enfrentaba a ello, porque al fin y al cabo eran pruebas que Dios nos ponía a cada uno para comprobar la fortaleza y resistencia de sus guerreros.

Parpadeé para refrescar mis ardientes ojos. Llevaba un par de horas llorando sin pausa, haciéndolo lo más silencioso posible para evitar despertar a mi compañero de cama. Ian seguía durmiendo, y le envidiaba, porque yo no pude descansar en toda la noche; estuve dando vueltas de un lado para otro mientras el tiempo se consumía y el amanecer se acercaba. Y la pura realidad era que me moría de sueño.

Los párpados me pesaban como si alguien los estuviera sujetando con una fuerza infinita y aplastante.

De todas formas, me negaba a abandonar la cama y comenzar con el día a esas horas tan tempranas, tenía ganas de hacer algo que no fuese perder mi tiempo llorando en una cama, pero no de abandonar el único lugar en el que me estaba sintiendo segura.

Ian, por muy alocado y borde que fuese, por muy tosco que fuera a la hora de hablar, me proporcionaba una inexplicable calma a la que me negaba a renunciar. Tenerle al lado fue un aliciente para no sentirme tan mal, porque a su lado me sentía menos sola.

Me sorbí la nariz y me encargué de limpiar las gafas empañadas con la tela de esa sudadera que él me prestó la noche anterior. Volví a ponérmelas, ya limpias, y ahí pude verle mejor: Sus ojos seguían cerrados, su ceño tan tranquilo y estirado como llevaba sin verlo mucho tiempo. Su nariz tomaba aire con una calma que no demostraba su dueño al estar despierto. Y su cuerpo estaba tan relajado que me costaba creer no encontrar ni rastro de tensión en él.

Dejar de mirarle mientras dormía era lo más respetable, sin embargo, no podía dejar de hacerlo por más que me lo propusiera. Contemplar su cara fue lo único que me ayudó, poco a poco, a dejar de llorar de esa forma tan desconsolada.

Agotada por llevar tanto tiempo llorando y en la misma posición, decidí incorporarme hasta quedar sentada; así de paso dejaba de mirar a Ian sin su permiso. No me dio tiempo a salir de la cama, ni siquiera a pestañear, alguien irrumpió en el cuarto tras un par de toques en la madera de la puerta.

𝐔𝐧 𝐁𝐞𝐬𝐨 𝐈𝐧𝐞𝐱𝐩𝐞𝐫𝐭𝐨Where stories live. Discover now