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Pasaste tus dedos delicadamente sobre los lomos de los libros, que dormitaban en aquella inmensa librería esperando a que alguien les despertara de su letargo polvoriento. Es así cómo, con brillo de esperanza en tus yemas, sopesabas qué libro de aquellos escoger, pues si bien parece una decisión sencilla, hay tanto deleite literario que no sabías por dónde empezar.
Los sonidos del lugar aportaban un toque mágico y, prohibido. Se sentía completamente fuera de lugar el estar en un espacio tan sabio y grande completamente a solas. O eso creías.
Unos pasos que podías deducir que pertenecían a una pareja, se hicieron eco en el lugar, a la par que una voz animada hablaba mientras las puertas se cerraban.
── Te dije que a esta hora no habría nadie, nunca me haces caso.
Un hombre joven. Curiosa, te acercaste a la valla del piso superior para observar a los extraños desde su punto ciego. Se trataban de dos chicos, altos. Uno de ellos era rubio, de ojos rojizos y ropaje colorido, más delgado que el otro. El segundo, por su parte, era más alto y musculado, con mirada fría al igual que su gama cromática. Podías reconocer a este último. Al-Haitham. Un nombre muy sonado en los alrededores de la Academia.
── No me gusta creer a descerebrados. ── El muchacho de cabello grisáceo resopló mientras tomaba asiento en frente de su compañero.
Sonreíste mirando al extraordinario dúo, y tras unos segundos, silenciosa, continuaste revisando los títulos ofrecidos, mientras tomabas en tus brazos los que más interés te causaban.
Sus voces llenaban lo largo y ancho de la biblioteca, llenando los huecos vacíos y dotándolos de vida. Al no estar sola, decidiste tomar unos pocos libros y llevártelos para leer y estudiar tranquilamente en la paz de tu hogar. Es así cómo, después de varios minutos decidiste marcharte, esperando tener la oportunidad de estar sola en la biblioteca con tal de explorarla más a fondo.
Cuidadosamente y tratando de no molestar, bajaste las amplias escaleras de mármol.
── Tengan buena noche. ── Te despediste cordialmente y con una sonrisa, mientras te dirigías entre pequeñas risas hacia la puerta principal, debidas a la graciosa reacción del rubio, el cual había acabado realmente asustado al escuchar tu voz repentina, por no darse cuenta de tu presencia.
Las puertas se cerraron detrás de ti y ambos jóvenes quedaron en silencio. Un silencio que conforme pasaba, formaba una sonrisa en los labios del de ojos rojizos.
