1. Almas gemelas AU

178 17 0
                                    

Ni si quiera recuerdo cuando empecé a escribir esto, no voy ni a editarlo, tú que estás leyendo esto puedes coger la idea, cambiarla, continuarla, lo que quieras, ahora es para ti.

Cuenta la leyenda que, unos pocos afortunados en el mundo, tienen un vínculo único al que se le ha acabado llamando "alma gemela", un vínculo eterno, de siempre y para siempre, pero que se hace presente al cumplir los 18 años. Cuando esta edad llega, ese vínculo se fortalece, y la creencia dice que aquellas almas gemelas sienten como una, y cuando están juntas son capaces de saber lo que la otra piensa.

Raoul es un chico normal, rubio y bajito, que vive en Barcelona desde que nació, tiene a sus amigos y podría afirmar que es feliz. Un chico que tiene claro que, si las almas gemelas existen realmente, la suya era aquel niño que vivía a dos calles de la suya cuando era pequeño, y que un día, cuando él tenía seis años, se fue y no volvió a ver, teniéndole durante años preocupado porque si no volvía, jamás podría averiguar si era su persona especial.

El marzo del año pasado cumplió los 18 años, pero la preocupación por absurdas leyendas la olvidó poco después de cumplir los 12, en ese momento bastante tenía con selectividad, elegir una carrera —que acabó siendo magisterio— y empezar la universidad. Y ahora, con 19 y a punto de empezar segundo, estaba más ocupado odiando al amigo que se ha echado su mejor amiga a través de twitter, el que le parece un estúpido, aunque no sabe ni su nombre, porque se ha pasado robándole la atención de la chica todo el verano, aunque su falta constante de cobertura también hubiera influido.

Pero ha llegado septiembre, vuelve a casa, vuelve a clase, y todo volverá a la normalidad.

Se supone.

Le había tocado turno de mañana, así que se despertó a las nueve, ya que la presentación comenzaba a las diez y media, media hora para prepararse y una para llegar, de sobra. Había quedado con Mireya, su mejor amiga desde bachillerato —cuando llegó de Málaga a su antiguo instituto— en la parada de autobús para verse de una vez, pues él había llegado la tarde anterior, y ponerse al día del verano.

Tras ducharse, se vistió con una básica blanca de manga corta y unos vaqueros azul claro, bajó hasta la cocina para saludar a su padre y hacerse el desayuno y, tras terminar, cogió la sudadera roja por si refrescaba y salió por la puerta atusándose el pelo.

Sonrío al segundo de visualizar a su amiga, que, blusa de lunares y pantalones negros, jugaba con el móvil apoyada en la parada.

—Tan viciada que ni me saludas, que feo me parece.

En cuanto la chica reconoció la voz, sonrió mostrando todos los dientes, guardó el teléfono y se apresuró a lanzarse a los brazos de Raoul y llenarle la cara de besos.

—Hola, hola, hola. Te he echado de menos, poned wifi en ese lugar, te quiero.

—Lo primero es que yo también te quiero —le respondió el rubio cuando se separaron, apoyándose esta vez los dos en la barandilla—, lo segundo que más quiero yo el wifi que tú, y lo tercero —para continuar con el último punto entrecerró los ojos, señalándola con el índice en un gesto algo acusador— que mucho echarme de menos pero las pocas veces que podíamos hablar me ignorabas.

—¡Serás mentiroso! —reprochó ella, dándole un manotazo en el hombro— Te enviaba un mensaje y te llegaba media hora, ¡media hora!, más tarde, era imposible mantener una conversación coherente.

—No como con tu nuevo amigo...

—Así que es eso, serás celosillo —rio, y la risa de Mireya era como la brisa cuando hace demasiado calor, relajante—. Pues que sepas que es muy simpático, me cae genial. Y me ha ayudado mucho con Javier mientras tú no podías.

Raoul resopló, aún algo indignado, en el fondo sabía que era una tontería, pero aquella chica era lo más importante en su vida después de su familia, y siempre le daba miedo no estar para ella como ella lo estaba para él.

—Pero me sigues queriendo más a mí porque sabes que yo te quiero más a ti que él.

—Qué tonto eres, eh —renegó, pasando la mano por la nuca del chico y acariciando el nacimiento de su cabello—. Pero si te quedas más tranquilo, si, sigues siendo mi mejor amigo.

—Entonces ya puedo odiarle un poquito menos.

—¡Pero si ni lo conoces! Al menos todavía...

—¿Cómo?

—Que puede que sí le vayas a conocer. Y pronto.

—Oh, ¿a qué se debe ese honor?

—A que por unos temas de trabajo le toca venirse aquí a estudiar, y va a nuestra uni... y estudia lo mismo que tú.

—No me jodas.

—No pongas cara de acelga, que te he dicho que es muy majo. A ver, no es que seáis iguales, pero yo creo que os podéis llevar bien si lo intentáis.

—Lo único que se de él es que no le gusta Beyoncé, es que no me has dicho ni cómo se llama, me diste un dato que el único fin que tuvo fue que no necesite saber de su existencia, y por lo tanto, no me interesa intentar llevarme bien con él.

—Raoul, que la gente no conozca toda la discografía de Beyoncé no es que no le guste —contestó, poniendo los ojos en blanco, y, además, fue lo único que me preguntaste, no es que yo no te haya querido contar nada. Se llama Agoney, es de Canarias.

El catalán frunció el ceño, ya había oído ese nombre antes, mucho antes, no creía que fuera posible volver a hacerlo, pero ahí estaba. Si no fuera porque no vivía en una película de Hollywood, se plantearía que el Agoney de su amiga fuese el mismo que el suyo, pero al fin y al cabo era un nombre guanche, no iba a conocer él al único de las islas que se llamase así.

—Yo conocí a un Agoney.

—Tu amigo ese de la infancia, ¿no? Pues a lo mejor va en el nombre y este también te cae así de bien. ¡A lo mejor es tu alma gemela!

—Mireya, ya hemos superado esa fase.

—No, perdona, tú quieres ser un negador de esos que no admiten que la leyenda sea cierta, pero sabes perfectamente que puede ser, mira Rebeca.

—Fueron suposiciones, era nuestra profesora, no sabíamos nada de su vida y nos montamos historias.

—Lo que tu digas, pero vamos —echándose el pelo para atrás con una mano, zanjó la discusión—. Por ahí llega el bus.

El trayecto hasta el campus lo pasaron hablando del resto de cosas que habían hecho en aquellos meses, nueva música que habían escuchado, libros que habían leído, amigos de verano, algún que otro lío que no tuvo la mayor importancia, algunas fiestas y mucha playa y piscina.

—¿Y has quedado con el chico este o algo?

—No, como se cambia de uni tiene que hacer unas cosas antes entonces ya lo veré después. Puedes buscarle y nos juntamos en la plaza, no creo que haya muchos chicos que se llamen igual.

—Si claro, que ni me conoce.

—Venga, Raoul, le dices que eres mi amigo y ya, si le he hablado mucho de ti.

—¿Ah, sí?

—Bueno, le conté porqué le preguntaba si se sabía todas las canciones de Beyoncé, aunque nunca le dije tu nombre ni le enseñé ninguna foto suya, o sea no surgió pero además no tiene Instagram, le suspendieron la cuenta la vez esa que también le pasó a tu primo y no volvió a abrírsela. Pero todo eso da igual, sabe que existes que es lo que importa.

—Ah, entonces me fijo cuando digan su nombre si es que pasan lista, luego le persigo y le digo "hola, soy el amigo de Mireya fan de Beyoncé, ven conmigo" y seguro que le parece normal.

—Puedes venderte mejor, ¿eh, amigo?

—No me quiero vender, no le quiero ni conocer, seguro que por tres meses ya se piensa que es más tu amigo que yo.

—Ya empezamos otra vez... No seas imbécil, anda. Y te toca girar, que tu facultad está por allí, por si no te acuerdas.

[...]

Las Historias que merecen SerWo Geschichten leben. Entdecke jetzt