16. Una fiesta

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Esto podría haber quedado curioso...

La música está tremendamente alta, no tiene idea de dónde está el dueño de la casa, ni si lo reconocería, y Aitana está a unos metros bailando pero no cree posible que sea capaz de emitir una sola frase coherente. Bufa y mira a un lado u a otro, hay una cosa que tiene clara: necesita ir al baño.

La gente se arremolina en distintos espacios de la casa, tanto en el piso en el que están como en el de arriba, hay como tres puertas por pasillo y él no tiene ni pita idea de cuál abrir ni de qué se puede llegar a encontrar, y está muy sobrio como para que no le importe. Pero se mea.

Es que se mea.

Haciendo de tripas corazón se empieza a acercar a las distintas habitaciones, por suerte en ese piso, además de la de la cocina, sólo hay dos más, una sabe que es donde han dejado los abrigos, se acerca a la otra y llama. No hay respuesta. No escucha nada raro, así que abre, da las gracias porque parece ser un escritorio aunque se lamenta porque tiene que seguir probando.

Sube las escaleras y se conciencia de que está en un campo de minas: salta las dos primeras puertas por los sonidos que salen de ellas, llega a la tercera, no oye nada, llama.

Un segundo, dos segundos, tres segundos.

"Por favor, que esté vacía"

Gira el pomo despacio y la entreabre, en la primera línea no parece haber nada, respira un poco más tranquilo y termina de empujar. En ese momento da gracias a Dios porque su vejiga resista a los sustos, porque se encuentra de frente con unos ojos abiertos de par en par y un cuerpo pegando un bote encima de la cama.

—¡Perdón! Perdón yo no- me voy-

—¡Espera! Tranquilízate, hombre.

Raoul frunce el ceño ante el tono divertido del chico, no te ríes si te han pillad-, espera, esta solo... Vuelve a mirar y se da cuenta de un gran detalle, también está vestido.

Es un chico vestido de chándal y con unos grandes cascos en las orejas.

—Oh... no interrumpo nada.

—Sólo una canción de Imagine Dragons —rie el joven moreno—. El que ha dado la fiesta es mi hermano, no estoy usurpando la habitación de nadie.

—Vale, te prometo que en circunstancias normales me quedaría a hablar contigo, pero estoy buscando urgentemente un baño.

—No te preocupes. Es la puerta del fondo.

—Muchísimas gracias. Te debo la vida.

—No me ha costado mucho esfuerzo —vuelve a reir y si no estuviera tan alterado le diría que tiene una risa muy bonita, porque él nunca se callas esas cosas, y de paso le preguntaría su nombre.

Pero no lo hace, porque sale corriendo hacia la dirección que le ha indicado.

Cuando sale del baño se propone volver a la habitación del chico para seguir hablando, pero una melena castaña le intercepta antes de que de decida.

—¡Raoul! —exagera la 'R', excesivamente y marca la 'O' como pocas veces lo hace— ¡Me has abandonado! ¡Ven conmigo a bailar Raoul!

Él la mira con ternura, viendo como se tambalea un poco pero le sonríe de oreja a oreja, y le brillan los ojos de la felicidad. Puede que sólo se deje llevar cuando está con ella, pero no podría tener mejor compañera de locuras.

—¿Estás segura de que no quieres irte ya, Aiti?

—¡Si, hombre! ¡Si es súper temprano!

—Bueno... temprano lo que se dice temprano...

—Mira,bailamos un rato más y luego si quieres nos piramos

[...]

Las Historias que merecen SerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora