13. Sex-game over

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Esta historia no está acabada porque no tuve ni idea de como desarrollarla, esa es la verdad, así que, libre tú de hacerlo.

"El sexo es un juego, un mero trámite, dos personas se ponen de acuerdo y, simplemente, lo hacen, ya está. No hay compromisos, no hay problemas, no hay nada más que un intercambio de sensaciones. Piel con piel, saliva, sudor, gemidos, azotes, choques, tirones, más rápido, más lento... todo eso son como las distintas programaciones de los muñecos que te compraban cuando eras pequeño, cuando descubrían todo lo que podías hacer, no parabas de jugar hasta que llegaba uno nuevo, aunque siempre estuviese ese de confianza, el "lugar seguro" al que regresar.

El sexo. Es. Lo mismo.

Esa es mi filosofía de vida. Bueno, la mía, y la del mejor y más interesante grupo de amigos que he tenido en mis veinticuatro años de vida.

Nos conocimos en una fiesta de la universidad, sí, esas que parecen de leyenda, de las que todo el mundo habla, las que se ven en las películas, pero a las que nadie parece ir realmente. Pues bueno, nosotros sí.

Éramos seis personas que, aparentemente, no tenían nada en común. Lucía, la de la cara dulce y sonrisa tierna; Milagros, la de miradas feroces y pisadas atronadoras; Jesús, el prototipo de fuckboy de tu pueblo; Miguel, el juerguista hiperactivo; Raoul, el niño travieso que iba de formal; y yo, Agoney, directo y cansado de querer vivir en un cuento de hadas.

Los seis habíamos entrado en aquella fiesta con ganas de romper con todo lo anterior, dos madrileños, un catalán, dos andaluces y un canario en Madrid, con todo el futuro por delante y muchas ganas de dejar el pasado atrás, y qué mejor para ello que el alcohol y personas que no sabían absolutamente nada de ti.

Cerca de las cuatro de la mañana, descubrimos algo: era mentira. Lo que os he dicho antes de las fiestas de película y tal, todo mentira, la mitad estaban matados en el suelo, algunos habían abandonado el lugar, y otros seguíamos jugando a la botella casi sin sentir los labios. Pero si algo tiene mi grupo de amigos, es que donde no hay marcha, nosotros la llevamos, ese fue nuestro primer asalto.

Nuestras miradas se fueron encontrando mientras el vidrio giraba y giraba en el suelo, el otro par de personas de la ronda miraban absortos el circulo que parecía crearse y no debieron enterarse de mucho, pero algo pasó. Todos nos habíamos liado con todos para ese momento, así que a nadie le pareció raro cuando pasamos de la botella y simplemente comenzamos a liarnos entre nosotros sin ningún juego como excusa.

No recuerdo muy bien qué se sentía, pero mi mente ha decidido suponer que si seguimos así hasta tres años después... será que fue guay.

La fiesta era en una especie de casa abandonada, yo juraría que era la segunda residencia de alguien a quien le importaba lo suficientemente poco como para no ponerle ni una triste alarma, pero eso no importa. Lo que importa es que a la mañana siguiente, seis personas a medio vestir abrieron los ojos en una habitación que no era suya, supongo que en ese momento, con dieciocho años y después de la juerga, ninguno quería quedar de pringado acojonado, así que nos mostramos como si todo hubiera sido planeado, sin huidas. Nos presentamos, estrechamos las manos como si estuviéramos en una reunión de negocios y charlamos un poco sobre la vida. Que mejor momento para hacer amigos que la resaca, ¿no?

La cosa fue que, como ya os he dicho, ninguno quería mostrar ningún tipo de arrepentimiento a lo que había sucedido aquella noche, así que decidimos que si había estado bien... podíamos repetir. Y lo hicimos, una y otra vez.

Juego de las llaves, strip poker, dados, cartas, cuarto oscuro... Lo que se nos ocurriera. Había tres reglas básicas en aquel juego: Consentimiento, protección y sinceridad.

Las Historias que merecen SerWhere stories live. Discover now