Capítulo XIII

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Guillermo regresaba a Guadalajara cada vez con el mínimo pretexto. Era apenas suficiente escuchar un: "No sabes cómo me haces falta"... O esa vocecilla melosa y sexy diciendo: "Amor, quiero que me abraces, necesito tu calorcito para poder dormir", y el rugir de la RAM doble cabina color blanco se hacía escuchar por la autopista a tierras tapatías.

Candy no podía creer lo fantástico y bello que podía ser Alberto, una cosa es que hubiese vivido prácticamente toda su vida enamorada de él, idealizándole, imaginándole, soñándole tanto tiempo, otra muy distinta era que el hombre superara cada espectativa que ella se hubiese podido hacer, cada sueño que había fabricado en su corazón desde niña, incluso sin proponérselo. Lo mismo le sucedía a él; confiaba total y ciegamente en ella, la pensaba todo el tiempo, todo el día y todos y cada uno de los días, sabía que la etapa del enamoramiento duraba un par de años. Pues bien, él se había propuesto vivir enamorado de ella, no permitiría que la magia se acabara nunca y pensaba que no le sería difícil conseguirlo, solo bastaba recordar cada vez que hacían el amor, ambos se perdían en un universo de placer y delicia infinitos, cada orgasmo era demasiado intenso y prolongado, sonreía satisfecho al recordarlo y alguna vez soltó sonora carcajada cuando leyó en Internet que los orgasmos más duraderos los ostentaban los cerdos, pensó para sí mismo con una mezcla entre orgullo y excitación: "Entonces el mundo podrá llamarnos cerdos, eso será lo que menos importe"...

No había motivo para que Alberto estuviese celoso o inquieto, ni siquiera con el jefe de ginecología que había dejado de molestar y de insistir en cuanto entendió que Candy no estaba sola. Alguna vez el muy cretino tuvo la desfachatez de presentarse en la humilde casa donde Candy acudía a descansar de las guardias, para mala suerte suya, quien atendió el osado e insistente llamado a la puerta fue Guillermo, quien muy cortésmente le indicó al visitante incómodo el camino de regreso. Aunque no podía escuchar nada de lo que ambos charlaban, Candy observó a escondidas a través de la ventana cómo el galeno manoteaba mientras hablaba —Está muy nervioso, siempre que manotea es porque no sabe ni qué decir— reía Candy divertida cubriendo su boca con una de sus manos para reprimir una risilla. Guillermo con los brazos cruzados miraba al intruso de arriba hacia abajo (dada la marcada diferencia en estaturas y complexiones) y solo negaba lentamente, en verdad, muy muy lentamente, levantando una de sus cejas en un evidente gesto de fastidio. Candy admiraba oculta tras la cortina y con la boca semi abierta la majestuosa corpulencia de la espalda de su hombre, su altura, su perfil masculino y protector, sin evitarlo soltó un suspiro y sonrió como boba enamorada. Y pensar que había estado deprimida por el insignificante bicho flacucho a quien su amado estaba a punto de golpear... Su sonrisa se borró al instante y contuvo la respiración, escuchó sus propios latidos acelerarse y se mareó un mucho de puro miedo cuando reaccionó y miró cómo Alberto levantaba por la camisa al doctor en un puño, con la facilidad de quien levanta un letrero en subasta. —¡Sí lo va a golpear! —Se escuchó a sí misma gritar en un nervioso chillido como de ratón. Hubiese deseado estar "más vestida" para poder salir y detener a su novio, pero sólo llevaba encima sus pequeñas bragas de algodón. Buscó que ponerse y sólo encontró una camisa de Guillermo, pensó que era suficiente dado que le cubría hasta medio muslo y tras apenas abotonarse salió deprisa y decidida a la calle para intentar detener a su novio con fuerza abrazándolo por la cintura.

La gente que iba transitando por ahí miraba la escena, algunos automovilistas incluso pasaban a baja velocidad para enterarse, no faltó el indiscreto que tomaba registro de todo en su móvil para más tarde subirlo a las morbosas redes sociales. Candy se arrepintió de su impulsiva decisión cuando se encontró con la fría mirada de su ex recorriéndola de arriba a abajo. Finalmente lo que él pudiese pensar era sólo problema suyo, lo que le dolió fue lo que siguió después de eso. Guillermo ya había soltado al ginecólogo y cubrió con su cuerpo y sus brazos a Candy, de modo que el desagradable individuo no pudiera mirarla más.

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