Capítulo II

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La sonrisa de Eloísa Andrade brillaba casi con la misma majestuosidad del sol, sus ojos cansados y amarillentos no perdían de vista a Daniel, quien desafinado se empeñaba en cantar -"Si te vas, si te vaaas, donde quiera que estés, mi canto escucharás y me extrañaraaaas…"

Pues bien, al ser una criatura que no había dado señales de tener algún talento ni deseo de hacer nada, el hecho de que fuera capaz de hacer tocar algunos acordes en la guitarra y berrear unos cuantos versos era ya algo digno de aplaudirse.

Elisa, hermana de Daniel e hija de Sara, permanecía junto a su madre. Sara le llamaba una y otra vez para que dejara en paz el bendito celular y apoyara moralmente a su hermano.

-Que le veo mamá, ni siquiera canta bien... -comentó arrugando la nariz con su peculiar apatía.

-No seas grosera Elisa, lo está haciendo lo mejor que puede...

-Si eso es lo mejor, ¡que miedo cuando haga lo peor!… -respondió la pelirroja con acidez, sin dejar de teclear a la velocidad de la luz con sus finos deditos sobre su móvil, los agradecimientos a los "like" en sus fotos de las redes sociales.

Entonces, un milagro vestido de vaquero provocó que la mirada cobrizo de la insolente criatura, por fin se desviara del aparatejo entre sus manos, para posarse en la ancha espalda que se estrechaba justo al llegar a la cintura, donde un espectacular y firme trasero varonil resaltaba en los pantalones que a la par entornaban unos muslos moldeados y fuertes como roble.

Las botas bien lustradas y el cinturón a juego, la camisa a cuadros azul marino con blanco, muy bien fajada, el cabello con un largo rebelde que sobresalía de la texana lo suficiente, sin necesidad de parecer un vagabundo o un hippie.

Sintió la mirada de un ser oscuro recorrer su cuerpo. Sí, estaba seguro que Sara se lo estaba devorando con la mirada y de paso su engendro, esa muchacha malhumorada y fisgona, tan bonita como odiosa e inútil… pero, ¿Quién era él para juzgar a las criaturas del planeta? Respiró profundo y se dijo a sí mismo, que la variedad de especies en el mundo comprenden hasta aquellas que nos causaban desagrado o repulsión, como las serpientes, los arácnidos… y las molestas Sara y su hija por supuesto. Una urgencia por retirarse de ese lugar, le quemaba las plantas de los pies, algo equiparable a estar parado sobre un comal caliente.

-¡Guillermo Alberto Andrade! ¿a dónde vas hijo? apenas es jueves...

Lo que faltaba, la tía Eloísa pidiendo explicaciones. Tendría que acercarse al par de reptiles muy a su pesar. Seguía viendo de reojo a la "manolarga" de Sara Lagos, decidido a no molestarse en saludarla. Él era un hombre muy educado, pero en esta ocasión se permitiría el lujo de ahorrarse los buenos modales.

-¡Tía hermosa, buen día! me quedé con la impresión de haberle comentado. -El rubio muchacho se acercó meloso y abrazó a la señora acariciando con cariño el rodete de cabellos blancos que llevaba en la cabeza.

-¡Oh, estáte quieto caramba! -la señora dio unos manotazos juguetones a las fuertes y gruesas manos. -No me cambies el tema, que soy anciana pero no tengo "Als Jaimer"... ¿a dónde me habías comentado que ibas según tú?

-Voy a la fiesta tía...

-¿A la ordinaria fiesta del pueblo? -preguntó la señora levantando una ceja y sonriendo pícara.

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