Capítulo XV

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Cada vez que Tereso llegaba a la hacienda por motivos de trabajo, Alberto observaba a su amigo. Más que nunca estaba seguro de lo que Terry sentía. En tres años que habían pasado desde que inició su noviazgo con Candy, Guillermo muy cabizbajo notaba a Tereso cada que le hacía partícipe de algún plan, alguna noticia. Cuando coincidían su novia y su amigo en la hacienda, descubría a Tereso mirando de repente a Candy, con tristeza, de reojo, con una mirada indescifrable, de esas que dicen mucho y al mismo tiempo no explican nada. Luego, el día de la boda, notó en los ojos de su amigo una profunda amargura, una melancolía inmensa disfrazada de emoción. No pasó desapercibido para Guillermo que Terry estaba a punto de llorar conforme Candy se acercaba al altar, lo miró bajar la cabeza y permanecer así por mucho rato.

Y es que Tereso era transparente, pero había cosas que nunca aceptaría, ni iba a confesar tampoco.

Guillermo le conoció en esos tres años que pasaron, un par de chicas con miras a ser algo serio. Una de ellas su anterior psicóloga y después novia, mas Tereso no hablaba mucho al respecto.

Tampoco habló mucho la desafortunada mañana en que decidió entregar en manos del propio Guillermo Alberto, esa memoria electrónica con fotografías confidenciales. Terry había estado en el dilema de si callar o hablar. Obviamente se decidió por la segunda opción tras ponerse en los zapatos de su amigo.

Sólo alcanzó a ver un par de fotos a pesar de haber estado tremendamente tentado a seguir deleitándose con las imágenes de esa Diosa semidesnuda. Sólo que deseaba poder mirar a los ojos a su amigo, jurándole la verdad de lo que había visto. No, no podía hacer como que Marina no le había entregado nada. No podía fingir demencia y olvidarse del asunto. No sabía que turbios fines perseguía la muchacha esa en contra de quienes quería con todo su corazón, debía hablar con la verdad pues existía la enorme posibilidad de que esa tal Marina hubiese creado copias para perjudicarlos a ambos.

Sabía en el fondo que era a él precisamente a quien más estaba perjudicando.

Armándose de valor fue que buscó a Guillermo. Lo encontró en el despacho de Jorge Villas, por un montón de documentos que debían ser firmados con respecto al hospital. Al igual que el día de la boda, sentía en las puntas de sus dedos, en su bolsillo, ese objeto importante, secreto. Conocía perfecto el carácter y alcance de su casi hermano y una punzada de duda y de tristeza se instaló en su pecho. Como si presintiera lo que seguía, dudó un momento, más ya era tarde. Caminaba hacia él, Alberto.


La guardia había sido demasiado pesada, tan pronto llegó se soltó el cabello del fastidioso y apretujado rodete. –Tienen que llevar el cabello muy bien recogido– arremedó el tono de voz de la directora del hospital gesticulando graciosamente. Se quitó el calzado sacudiendo los pies y se despojó del resto de la ropa vagando por el departamento semi desnuda, el embarazo le provocaba bochornos que en el hospital calmaba con toallitas húmedas. Desde luego ya estando en casa, tomaría un baño y ya fresca y limpia iría a devorar ese par de tortas ahogadas que compró en el trayecto de regreso a casa.

Pero estaba demasiado exhausta y el sueño pudo más que sus deseos de refrescarse y comer, por lo que se recostó en su cama. –"Tomaré una siestecita... sólo cinco minutitos", – Se dijo así misma con la vocecita como el mimoso ronroneo de una gatita. Para cuando despertó, se dió cuenta que pronto anochecería, el sol ya pintaba de colores pardos y naranjas el cielo y una que otra estrellita titilaba a lo lejos.

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