Capítulo 11. Tu amor me maldice.

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«Tu amor me hizo sentir en la cima de todo, era tan bueno recibir todo de ti, tu sexo, tu pasión, tu dedicación. Hasta que me quitaste todo, tan fácilmente como botar la basura de un día. Es tan fácil para ti romper mi corazón a pesar de que te he pedido millones de veces que lo cuidaras. No te basta todo lo que te he entregado de mí, tienes siempre que romper, que jugar, que buscar una forma de ser la mala de esta historia. Siempre tienes que ser la que marque una diferencia que duela profundamente entre las dos. Dejarme marcas por toda mi alma, quizás esa sea tu forma de asegurarte de que siempre seré tuya, marcando tan cruelmente mi alma». Melissa Lexington

México, ciudad de Juárez.

Unos días después...

Narrado por Amelia:

Habían pasado varios días desde que llegamos a México y todavía nuestro operativo no tenía ningún progreso, manteníamos en constante vigilancia a los hombres de Franco que quedaban en la ciudad, pero eran tan cuidadosos para comunicarse con su jefe que no podíamos rastrear su ubicación. Eso me llenaba de total frustración ya que sentía que cada minuto perdido me alejaba de mi objetivo, rescatar a esas niñas junto con la mujer llamada Guadalupe era mi prioridad; no pensaba irme de este país sin matar a Franco el lobo y erradicar a su organización, pero tener como líder a Adele era un problema para mí, ella controlaba cada paso que daba, seguir sus órdenes y mantenerme a raya comenzaba a ser agotador.

Nos encontrábamos en un viejo edificio ubicado a pocos kilómetros de distancia de un pequeño bar donde tres hombres que trabajaban para Franco estaban tomándose unas cervezas, mientras que parte de nuestro grupo hacía su ronda.

—¡Esto es una mierda! ¡Qué pérdida de tiempo! —me quejé sin poder evitarlo más. El sonido de mi voz y la frustración que esta expresaba, hizo que los tres hombres y Adele voltearan a mirarme.

—Tranquila, agente Craig, debemos ser pacientes para no arruinar la misión siendo impulsivos e imprudentes. Tendremos nuestra oportunidad de abordarlos.

—Dile eso a Guadalupe González. Estamos varados aquí sin tener una ubicación clara del paradero de Francisco Martínez, perdiendo nuestro tiempo en vigilancias absurdas sin hacer algo concreto. Te propongo que me uses para infiltrar a su grupo, puedo hacerme pasar por una turista latina, acercarme a ellos y dejar que me lleven, así encontraremos más rápido su escondite.

—Ni lo pienses, Amelia, eso es muy peligroso y no pretendo correr ese riesgo.

—¡Carajos! ¡Adele! Al menos piénsalo.

—Ya te dije que no, agente Craig. Es una orden. Obedecerás.

—Sí, señora —mis palabras nunca tuvieron un sabor más amargo.

Seguimos vigilando el bar, un amigo de Mateo estaba dentro del local con una pequeña cámara que instalamos en su camisa y un micrófono que utilizamos para espionaje. Podíamos ver en los monitores todo lo que estaba pasando en ese momento. En el lugar se encontraban cuatro de los hombres de Franco, reunidos todos en una mesa. Uno de ellos llevaba una chica consigo, sentada también en esa mesa. Estas bandas u organizaciones tenían muchas formas de conseguir que sus víctimas cayeran bajo su poder, bien sea por secuestro, engaños con ofertas de trabajo que luego terminan en la desaparición de esas mujeres; o también, usando sus emociones y sentimientos para enamorarlas, ganarse su confianza y finalmente, entregarlas a los grupos a los cuales pertenecen. Tiempo más tarde me enteraría de que esto fue lo que le sucedió a esa chica que acompañaba a esos cuatros hombres en el bar. Era novia de uno de ellos, llevaban dos meses saliendo y hoy conocería por primera vez a los mejores amigos de su pareja.

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