6. Impaciencia

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Elistan se acercó a Dasever, quien miraba fijamente la tumba de Nasli llevando flores en sus manos. Aquello le pareció curioso, por lo que dio un paso a un lado y lo dejó seguir su camino. Dasever continuó caminando, se arrodilló ante la lápida y acomodó las flores notando que Elistan también había hecho lo mismo. Sentía tanta rabia hacia él que, después de terminar, se puso de pie y lo miró de reojo, diciéndole:

— Aquí yace mi motivación: la guerrera que me inspiró a no permanecer de brazos cruzados. La que, con solo sus palabras y mirada tenaz, me impulsó a volverme un guerrero —expresó, ahora mirándolo de frente—. Y aquí ante mí está el despreciable idiota que, por su mala decisión, arrebató la vida de muchos, incluida la de ella. ¿Y todavía te atreves a venir y llorar? ¿Te atreves a dejar flores cuando tú derramaste su sangre?

 ¿Y todavía te atreves a venir y llorar? ¿Te atreves a dejar flores cuando tú derramaste su sangre?

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— Todos me han echado en cara que ha sido mi culpa, aunque no fui yo quien atravesó su cuerpo. Retrocedería el tiempo de ser posible para evitar eso.

— Sin dudas el tiempo no cura la idiotez. Eres más orgulloso de lo que recordaba. ¿No entiendes que las decisiones o acciones te vuelven tan responsable como quien le arrebató la vida? Si no hubieras dado esa orden de ir, ella seguiría viva e incluso yo no tendría esta cicatriz en mi frente. Eres un...

— Ah, ya veo que eso es lo que te duele, que esa cicatriz te recuerda lo débil que eras en ese tiempo. De haber sido fuerte, eso no te habría pasado.

— ¡Cállate, miserable! —gritó, tomándolo por el cuello de su camisa—. No te atrevas a decir eso solo para provocarme. No estás entendiendo el punto.

— El punto es que eras débil —recalcó Elistan, también tomándolo por el cuello y alzando su puño—. Eras un cobarde y por eso...

— ¡¡Basta ya!! 

Ambos voltearon al escuchar una voz femenina, una joven de piel clara y cabello castaño se acercó a ellos con paso fuerte y codos doblados. Traía una expresión que a vista de cualquiera podía ser graciosa, pues, aunque se veía molesta lucía tierna, sin embargo, para ellos dos a quienes su furia iba dirigida no era nada delicada; menos lo fue cuando los haló por las orejas a ambos haciéndolos gritar y los separó, recriminándoles:

— ¡¿Es así como se deben comportar los caballeros?! No sean idiotas los dos y estrechen sus manos en paz.

— No pienso estrechar la mano de este imbécil, Celina —refunfuñó Dasever, quejándose del dolor.

— ¡Pues lo harás! —exclamó ella, mirándolo de manera mortífera, a lo que él bajó la mirada y cruzó sus brazos. Celina blanqueó los ojos y negó, pero le sonrió a Elistan y excusó:

— Lo siento, él no suele llevarse bien con nadie. ¿Cómo te llamas?

 ¿Cómo te llamas?

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Las Crónicas de AlbarnaWhere stories live. Discover now