La peor suerte del mundo

12 7 0
                                    

—Necesito que confíes en mí.

No pude evitar escrutar su rostro.

—Por favor— Volvió a decir.

¿Cómo podía?

—Nadi—

—¡Bien!

Lo admito, su insistencia por querer acercarse más a mi, no era tan desagradable.

—Bien— Soltó un segundo después, analizando el terreno.

Su horrible y hermosa sonrisa volvió a hacer presencia y con eso, más embarazosa se me hizo la situación.

¿El contexto? Algo extraño, asqueroso y... Completamente vergonzoso.

Imaginen que salen de su habitación de forma abrupta, con un chico que apenas conocen de un par de palabras en pijama, en pleno invierno, es decir, casi completamente en paños menores, y que, además, es tu favorito. Sí, era blanco, de encaje, y... Con estrellitas doradas. De tan solo recordarlo de nuevo me dan ganas de llorar.

En fin, sí, tengo diecinueve —¡Hurra!— pero nunca había tenido mi periodo hasta el año pasado, cuando cumplí mis dieciocho. Por lo que aún sigo siendo completamente irregular. Bueno, no cabe duda que el universo no está de mi lado. Sobre todo, porque soy completamente abundante, el primer chico que se me acerca en la uni es el primero en presenciarlo y además, soy tan orgullosa como para aceptar su ayuda.

Bien, lo había olvidado. Tenía tantas cosas en la cabeza, que había olvidado completamente mi desafortunada vida como mujer. No tenía nada en contra de eso, obviamente —Tampoco es que me odiaba tanto—, pero en estos momentos mi cabeza solo dice "¡¿Por qué no me muero?!

Aunque, ¿Cuándo no pensé en eso más de una vez?

Al punto.

—Solo... Voy a...

—Mi pobre piyama— No pude evitar lamentarme en voz alta.

—Tranquila, luego lo limpias o... Algo.

—No, no, esto no se limpia y ya está. Era mi favorito. La única cosa que alguna vez realmente quise conmigo.

Azariel me ajustó a la cintura un buzo horrible de color verde, grande y chillón que casualmente tenía en su mochila.

—Mmh... Ya está. Mira, te queda perfecto, el verde combina con tu piel.

De haber podido ver mi rostro, diría que transmitía todo menos felicidad. Además, ¿Acaso hablaba del blanco pálido, horrible y aburrido de mi piel?

—¿Qué? ¿Está cosa...?— Por favor, se amable. No lo arruines todo de nuevo. —G-gracias.

La mueca que surgió en mis labios dolió tanto, que me recordó a esos viejos tiempos. Cuando solía reír con mamá y papá... No me desagrado tanto.

—Mmh, de nada. Primera vez que te veo sonreír. Hasta eres más linda.

Y... Lo arruinó. Completamente.

—¿Quieres qué te—

—No, adiós.

—¡Hey! Tomarás un resfriado, ¡Ten cuidado!, ¡Y no salgas de tu cuarto!— Comenzó a gritar a mi espalda, mientras yo ya me alejaba del lugar.

¿Pero quién se cree? ¡Ni siquiera somos tan cercanos!

—¡Agh!

¿Por qué hablé con este estúpido?

El frío comenzó a sentirse en el camino a los departamentos. El clima seco, la molestia entre mis piernas. Cuánto odio estar viva.

Llegué más rápido de lo que pensaba, abrí la puerta, examine el cuarto y, finalmente, cerré la puerta. No hay nadie, lo cual me facilito sentirme un poco más cómoda conmigo misma. ¿Por qué de entre tantas personas, a mí tenían que tocarme las mas raras y extrañas compañeras de cuarto?

Vivas por siempreWhere stories live. Discover now