CAPÍTULO 34 (PARTE 2)

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—¡Malditos bastardos! ¡Maldito el día en que caí en sus vidas! ¡Los odio, los odio! ¡Zorra estúpida, prometo no dejarte viva esta vez!— gritaba Marcela mientras bajaba por las escaleras cerrándose la bata que llevaba puesta. Debajo solo llevaba su largo camisón, y se había puesto las primeras zapatillas que encontró así que se veía totalmente ridícula y completamente fuera de sí.

Los trabajadores de la casa no podían creer cómo es que esa señora, que se veía tan decente, estuviese gritando como desquiciada por toda la casa nuevamente.

Maldijo diez veces más a Beatriz y Armando mientras continuaba su paso hacía la cocina, después se quedó en completo silencio cuando logró abrir uno de los cajones y sacó un cuchillo que observó con anhelo, con todos sus planes trazándose en su mente mientras su otra mano la llevaba a la bolsa de su bata. Cerró su mano alrededor de la empuñadura fría y metálica del arma que resguardaba tan celosamente en su ropa.

Casi podía gozar de su venganza, de la sed de sangre que estaba por satisfacer cuando escuchó los pasos de Margarita. Estaba en la entrada de la cocina, se había detenido de inmediato cuando la vió con el cuchillo, pero eso no fue suficiente para Marcela, quién apenas la vió se apresuró a apuntarle con la pistola que le había robado a su papá en la última visita que le había hecho; él la había tenido en su maletín, pero ahora le pertenecía y estaba dispuesta a usarla con el mejor de sus propósitos.

—Hey, calladita...—Susurró Marcela con un tono de advertencia mientras se retiraba un par de mechones de cabello que se le habían desordenado en sus ataques de gritos histéricos— No des ni un sólo grito y mucho menos un paso más, porque si lo haces te voy a perforar cada órgano que tienes— El arma temblaba en su mano mientras intentaba aferrarse también al afilado cuchillo que intentaba guardar en la bolsa de su bata— Ahora muevete y quedate callada mientras yo me largo de aquí... — Margarita comenzó a temblar y soltó algunas lágrimas involuntarias mientras asentía despacio. Estaba presa del miedo que le causaba ver la cara de Marcela y esa pistola que tenía apuntada al vientre.

—Ma... Marcela— Logró decir entre titubeos, miraba a Marcela a la cara con la esperanza de hacerla bajar sus armas— Baja... baja eso ¿quieres? tú no sabes lo que estás haciendo, estás mal, no... No deberías tener esa arma en tus manos, ¿Vamos a tu habitación si? Te puedo preparar un té o...

—¡Qué no estoy mal, maldita sea, vieja imbécil e inútil! ¡no estoy mal! ¡Ahora quítate de enmedio o te quito para siempre de esta vida! ¡Déjame pasar, ahora! — Margarita, de lo cobarde que era y del miedo que la estaba haciendo temblar como una hoja, la dejó pasar sin intentar decir algo más.

Marcela la miró con suficiencia y caminó a la puerta de la casa con prisa, guardando el arma antes de salir.

No esperaba que afuera los hombres que habían estado vigilando la casa, tenía las órdenes de no dejar salir a Marcela ni a Margarita de la casa, pero lo descubrió cuando uno de los hombres se acercó pasivamente donde Marcela a decirle que por favor volviera a casa y no se metiera más en problemas.

Ella lo miró de arriba a abajo con temor fingido, haciendo que el hombre bajará la guardia y ella tuviera la oportunidad perfecta para sacar la pistola; ni siquiera dudó un segundo cuando la descargó en el hombre, dando tres torpes tiros en abdomen, pierna y hombro respectivamente. Marcela nunca había usado ningún tipo de arma, así que la fuerza y velocidad con la que salían los disparos, sumado al ruido aturdidor, le hicieron temblar las manos.

El guardia cayó al suelo lleno de sangre, misma que había salpicado a Marcela en la cara haciéndola reaccionar y salir un poco de su trance de ira y locura. Comenzó a temblar llena de asco y miedo por el líquido caliente que le había salpicado la cara y algunas partes de la ropa; nadie vió venir su jugada, ni siquiera ella era capaz de comprender por completo que es lo que acababa de hacer.

DÉJAME AMARTEOù les histoires vivent. Découvrez maintenant