Capitulo 10

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Corren hacia el interior con temor de lo que podían o no encontrar. Kirby y Danny se quedan en el exterior vigilando cada rincón desde las sombras. La puerta delantera está completamente abierta, y los más jóvenes se temen lo peor.

Con el corazón en un puño Sidney sube los escalones de dos en dos, seguida de Gail y Sam, que a duras penas pueden seguirle el ritmo.

Sam esta por resbalar justo al llegar al último escalón, pero Gail es rápida y la agarra por el brazo. Desde que se les había disparado la adrenalina, olvidaron que estaban empapadas de los pies a la cabeza.

—Gracias...

De un golpe Sidney abre la puerta de la habitación. El pecho se le encoge al ver la horrible escena que tenía ante sus ojos. Todo estaba patas arriba; la ropa por doquier, muebles volcados... Estaba claro que esto último no había sido provocado por los niños. Un líquido rojo y espeso cubre una parte de la cama, resbalando por un lado, manchando el suelo.

La cara de Sidney se torna pálida, intenta verbalizar algo pero la conmoción es tan fuerte que no puede, da un torpe paso hacia tras, se desploma sobre sus rodillas y las lágrimas empiezan a aflorar.

—Mis hijos —musita Sidney, y la más mayor la abraza desde atrás—. Otra vez no...

—Sid, escúchame. Seguro que están bien —intenta consolarla, pero la imagen de la cama le hace cuestionarse sus propias palabras.

Las voces del piso de abajo se tragaban los lamentos de la joven Prescott. Kirby y Danny acababan de entrar, podían distinguir sus voces. Quedaba claro que no tuvieron éxito en su búsqueda, pues ninguno de ellos subió a la planta superior.

Un crujido de madera, seguido de un sollozo más agudo llama la atención de Sam. De repente tenía la sensación de que no estaban solas, podía distinguir su ropa tirada en el suelo, busca entre ella como un animal desesperado y encuentra el cuchillo.

Le resultaba un alivio ver que estaba limpio. Gail levanta la cabeza, no podía evitar preguntar qué demonios estaba haciendo cuando ve a Sam con el cuchillo en mano.

—Callaos ahí abajo —grita y cierra la puerta de la habitación, las voces parecen cesar—. ¿No escucháis eso?

Sam amortigua el lamento de Sidney tapándole la boca, pidiéndole que prestaran atención. Pasan un par de segundos hasta que lo vuelve a oír, esta vez las dos mujeres también se percatan de ello.

—¿Dani? —pregunta mirando debajo de la cama, pero está vacío—. ¿Tatum? ¿Maureen?

—Yo voy a mirar en el baño —añade Gail.

El sonido no podía proceder de muy lejos. Sam camina por la habitación hasta que tropieza con una manta de dibujitos enganchada en el suelo del armario. Esta también estaba manchada por la misma sustancia que la cama.

—Sidney, Gail —susurra, mientras señala el mueble.

—Esa es la manta que les compre cuando estuve en Los Angeles —recuerda Gail con tristeza.

—No, mis pequeños, por favor no... —Sidney corre hacia el armario, pero Gail la intercepta entre sus brazos temiendo lo que pudiera ver ahí.

Sam piensa más fríamente, todo podría ser una trampa bien elaborada o la escena de un crimen horrible. Tenía que averiguar si había vida dentro de aquel armario.

—Tengo una idea —sentencia Sam sacando su móvil, busca el número de Sidney en la agenda y llama poniendo el altavoz.

Ambas mujeres captan enseguida su idea, Gail sin soltar el brazo de Sidney recoge la lámpara de la mesita de noche y se prepara para atacar si fuera necesario.

EL REFUGIOWhere stories live. Discover now