Cartas para Dios

#22

En el pozo en el que me encontraba, tú me invitaste a salir.

En las caídas, fuiste la fuerza que me levantó.

Cuando tuve sed, me saciaste con tus ríos de agua viva.

Cuando tuve hambre, me diste de comer.

Cuando me sentí morir, me volviste a dar vida.

Estaba llena de rencor y desesperación, y tu perdón me transformó por completo, me enseñaste que la que estaba encerrada era yo.

En ese momento difícil, fuiste el abrazo que me permitió avanzar.

Fuiste esa voz que me dijo que tú tenías otra vida infinitamente mejor, una vida que se cimienta en ti.

No desperdiciaste ni una sola experiencia, Padre, ni una sola cosa quedó fuera, todo lo transformaste en perlas, en momentos de encuentros eternos.

No desperdiciaste ni una sola herida, así como las que tú tuviste, les diste a todas un sentido, y ahora ya no sangran más.

No desperdiciaste ni una sola lágrima, guardaste cada una de ellas en tu corazón mientras llenabas de consuelo mi habitación.

No desperdiciaste nada.
Redimiste cada día de mi vida.

Si con mi pasado has hecho maravillas... ¿qué será de mi futuro contigo?

No lo sé, pero estoy segura que no importa a dónde me lleves, no desperdiciaras ni un solo momento porque amamos estar tan juntos.

Ahora mismo, estás en mí y yo en ti, eres en mí y yo en ti, soy tuya y tú eres mío.

Ahora mismo, mi pasado fue redimido, mi futuro esta en tus manos, mi presente está en tus ojos.

Tú y yo, en una mirada de amor eterno, mientras no permites que se desperdicie ni una sola de mis experiencias.

Fui redimida por tu amor y encontré fuego en mi habitación.

Encontré un amor que arrancó todos mis miedos.

Encontré canciones, poemas y colores.

Encontré al viento diciéndome que todas las galaxias pueden caber en un pequeño corazón, toda majestad de los cielos en una sonrisa, toda eternidad en un abrazo y un rey que susurra verdades a mis oídos pero son como estruendos en mi espíritu.

Gracias por no desperdiciar ni una sola de mis viejas heridas.