Hoist the colours

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El cuerpo de Corlys Velaryon había sido sacado del agua y subido al barco. El maestre intentaba taponar la herida del cuello como podía. La Serpiente Marina había sido herida de gravedad en esa última batalla en los Peldaños de Piedra. Llevaba ahí desde la muerte de su hijo, evadiéndose de la realidad como mejor se le daba, batallando.

El barco de la Triarquía que les había atacado se alejaba del lugar, poniendo distancia entre ellos y su navío. Muchos tripulantes de Marcaderiva habían fallecido, el señor de Marea Alta sólo veía cuerpos tirados a su alrededor. Entre la bruma de la inconsciencia vio a su mejor amigo Brego acercarse a la barandilla de babor cojeando, la sangre que bajaba por su pierna salpicaba las tablas de madera. A lo lejos un barco plateado se acercaba a toda vela hacia el lugar, éste acababa de echar unos largos remos al agua, los supervivientes vitorearon al reconocer el navío. Brego sonrió con orgullo viendo como el espolón de proa del Dromon cortaba el agua.

- Es la sirena- gritó para que su malherido amigo supiera que estaba ocurriendo- se preparan para embestir.


Corlys Velaryon suspiró y se dejó envolver por la inconsciencia, su hija se encargaría de todo. Por muchos años había buscado al heredero perfecto, alguien que amara el mar tanto como él, poniendo en un principio todas sus esperanzas en Laenor. En su ceguera sobrepuso a su hijo varón por encima de sus demás vástagos y aun cuando vio las primeras señales del legado Targaryen en él, lo ignoró. No fue hasta que vio a su hija comandar su propio barco, hace un par de años, cuando reconoció que siempre había estado equivocado. Como padre había querido que su hija se casara con un buen partido y tuviera descendencia, intentado imponer el destino que él quería para ella, pero Alyssa se había resistido con uñas y dientes. De lo unico de lo que se arrepentida era de haber ignorado su potencial, estaria eternamente agradecido a su mejor amigo por haberse atrevido a pulir ese diamante en bruto. Ella era el heredero que siempre había estado buscando.

Hacía dos años que había aparecido en los Peldaños de Piedra, al mando de un navío plateado. En todo ese tiempo había batallado codo con codo junto a los demás, ganándose una buena reputación entre sus enemigos. La sirena la llamaban, ya que su voz era lo último que escuchaban antes de morir. Todos temblaban cuando veían el barco brillar bajo la luz del sol. Él mismo había decidido otorgarle un alto cargo militar cuando la guerra acabara, y no porque fuera su hija, sino porque se lo había ganado. Había dejado escrita su última voluntad en caso de que ocurriera lo peor, la cual tenía que ser entregada a su esposa. En ella reconoció a su nieto Lucerys Velaryon como heredero de Marcaderiva y del título de almirante y señor de los mares. Pero era su deseo que su hija ostentara el segundo rango más alto de la armada, vicealmirantazgo. Y en el fatídico caso de que su nieto falleciera sin descendencia todo pasaría a Alyssa. Sabía que esta nunca iría por el poder y ayudaría a su sobrino en todo lo que pudiera, siempre que le dieran la libertad y el permiso para hacerlo.

A sus diecinueve años había conseguido todo lo que una vez soñó de niña, era libre de ser ella misma sin temor a que la juzgaran. Su estadía en los Peldaños de Piedra le había hecho conocida en las costas de Westeros y Essos, tanto  que su barco, El orgullo de Marcaderiva, era famoso. El viento llenaba las velas azules impulsando el Dromon con fuerza, la vela principal portaba con orgullo el blasón de su casa, una serpiente marina plateada. Se encontraba en el castillo de popa junto al timonel, desde allí pudo ver como su variopinta tripulación se preparaba para embestir al barco enemigo. Ésta estaba formada de todo aquel que quisiera enrolarse bajo el mando de una mujer. No importaba si eran hombres o mujeres, ricos o pobres, cual fuera su proveniencia o su antiguo oficio, mientras siguieran sus normas serían bienvenidos. Su primer oficial, Lobo, le avisó que todo estaba listo, se acercó a la barandilla del puente de popa y apoyó las manos en ésta, era hora de comenzar el espectáculo. El astro rey recortó la figura de la joven de piel oscura haciendo brillar su plateada armadura, mientras que el jubón azul solo le daba calor. De su cinturón colgaba su espada y junto a esta llevaba su viejo cuchillo. Con una cinta de cuero ató su larga cabellera rizada, de la cual colgaban trenzas y rastas decoradas con conchas. Cerró los ojos soltando un largo suspiro, mientras estiraba el cuello, buscó la cabeza de su viejo compañero y la acarició. El perro que en su día fue completamente marrón, tenía el hocico blanco debido a las canas, el viejo Fauces se dejó hacer ante las caricias de su dueña. Cuando los remos tocaron el agua el barco se quedó en silencio.

HATE ME (Aemond Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora